Cuando la celebración comenzó a dispersarse, Magaly se acercó a mí con una mirada comprensiva.
—Amiga, ¿nos vamos juntas? —me preguntó en voz baja.
Antes de que pudiera responder, la voz de Gustavo se interpuso con una rapidez casi ansiosa—. Tranquila, Magaly. Yo llevaré a Valentina en mi coche. Estará mucho más cómoda. Tú puedes irte aparte, ¿verdad? No hay necesidad de que te desvíes.
—Sí, claro —respondió Magaly, aunque noté un ligero matiz de duda en su tono antes de ofrecerme una pequeña sonrisa de despedida.
En ese instante, mientras veía a Magaly alejarse y sentía el brazo posesivo de Gustavo rodear mi cintura, una opresión inexplicable se instaló en mi pecho. Era una mezcla de incomodidad, una punzada de soledad y la creciente certeza de estar atrapada en una situación que no deseaba. La falsa euforia de la celebración se había desvanecido por completo, dejando solo un vacío y una creciente angustia.
Ya en el coche, la atmósfera se tensó de inmediato. Gustavo, con una sonrisa