Samantha
¿No puedo odiar a mi hermana? Esa confesión sigue martillándome la cabeza una y otra vez. Todavía no logro asimilarlo. ¿Su hermana? O sea ¿yo? ¿Yo soy su hermana? ¿Cómo es eso posible?
Las palabras rebotan en mi mente como un eco imposible de apagar, clavándose en mi pecho, desgarrando cada idea que intento ordenar. Siento que todo lo que creía conocer de mí misma se tambalea, como si alguien hubiera arrancado de golpe el suelo bajo mis pies.
Si lo que dijo es cierto, entonces, ¿su padre es mi padre? ¿O mi madre es su madre? No, mi madre nunca me menciono que tuvo otra hija. ¿Qué parte de mi vida ha sido una mentira? ¿Por qué recién ahora lo dice, después de tanto?
Me muerdo los labios con rabia, con dolor, con la desesperación de alguien que no quiere aceptar una verdad que amenaza con destrozarla.
Mis ojos se van cerrando lentamente, pesados, quemándome por el cansancio y por tantas lágrimas derramadas. Siento un ardor insoportable, como si cada parpadeo fuera un castigo. N