Encuentros no muy gratos.
La luz del sol se filtraba a través de las ventanas del hospital, iluminando la habitación donde Belinda se recuperaba. Había sido ingresada dos días más mientras le realizaban algunos chequeos pertinentes. Aburrida, miraba el ramo de girasoles que alguien había dejado sobre la mesita. Le emocionaba solo pensar que hubiera sido Martín. La enfermera entró y, con interés, le preguntó quién lo había dejado allí y por qué no la despertaron.
—Algunos compañeros de su trabajo que vinieron a verla, señorita. Pero usted estaba profundamente dormida y no quisieron molestarla—Ella suspiró, frustrada. No había sido Martín. De repente, la puerta se abrió y alguien entró. Era Irene, la madre de Martín. Entró con un gesto fingido de preocupación en su rostro.
—¿Cómo te sientes, querida?— preguntó, tomando la mano de Belinda. Esta se sintió feliz; le gustaba recibir el aprecio de Irene, especialmente sabiendo que no soportaba a Laura.
—Estoy bien, pero… tengo que decirle algo— dijo Belinda, sin quer