Gisela Lis nunca imaginó que en el primer aniversario de boda su esposo la engañó. Tal vez él la había estado engañando durante mucho tiempo y ella se acababa de enterar de ello.

Según lo que había planeado originalmente, en ese momento debería estar en un vuelo rumbo a Nueva York. Sin embargo, después de pensarlo un rato, decidió cancelar el viaje de negocios. En lugar de eso, compró flores, una tarta y una botella de vino, con la intención de sorprender a su esposo. Pero la sorpresa fue realmente para ella.

—Ricardo, ya estoy divorciada, ¿cuándo te toca a ti? Hazlo rápido, mejor un dolor corto que una agonía eterna —escuchó Gisela la voz de una mujer desde el departamento.

—Tranquila, el divorcio ocurrirá, antes o después —respondió Ricardo.

Él pensaba que el amor era todo lo que se necesitaba en un matrimonio, pero después de tanto tiempo, no pudieron avanzar un paso más, excepto por algunos abrazos. Por lo que, con el paso del tiempo, fue perdiendo la paciencia. Aún no sabía cómo iba a pedirle el divorcio a Gisela, dado que tampoco quería que ella se quedara con alguna de sus propiedades.

Gisela apretó su teléfono con fuerza, tratando de controlar su ira. Ahora entendía por qué Ricardo había estado tan distante y casi no regresaba a casa últimamente. ¡Tenía otra mujer! Recordó vagamente que aquella mujer trabajaba en la misma empresa que él, y, además, era su jefa. Ricardo también había mencionado en alguna ocasión que tenía que «hacerle la pelota» para conseguir un ascenso.

¿Así que esa era su forma de ser halagador? Gisela estaba furiosa, completamente indignada, y apenas lograba mantener la calma para no abrir la puerta. En lugar de dejar caer la tarta y las flores en su mano, sacó su celular para captar lo que estaba pasando dentro.

...

Gisela salió rápidamente, arrojando todo a la basura. Llamó a un taxi, y, justo en ese momento, su celular sonó en su bolsillo. Sin embargo, decidió no contestar y se subió al asiento trasero. La pantalla del móvil permaneció encendida, por lo que, con cierto fastidio, por fin atendió.

—¡Gisela! Tuve la amabilidad de concertarte una cita con uno de los mejores especialistas en fertilidad, ¡no solo faltaste a la cita, sino que tampoco respondiste a mis llamadas! Si no quieres tener hijos, ¡dímelo y divórciate de Ricardo! ¡Muchas mujeres quieren casarse con la familia Fuentes! —las palabras de su suegra, Josefa Rivera, retumbaron en sus oídos, y lo de la «la familia Fuentes» la enfureció aún más. Esa frase la hizo recordar que, desde que se había casado con Ricardo, sus suegros nunca la habían tratado como a un miembro de la familia. A sus ojos, ella siempre había sido de una familia pobre, sin buenos antecedentes, y, según ellos, debería sentirse agradecida por la oportunidad de dar a luz a un niño para la «familia Fuentes».

Vaya, qué ingenua había sido al creer las dulces promesas de Ricardo: él sería bueno con ella toda la vida y lograría que sus padres la aceptaran; que, aunque no quisiera hacer amor con él, a él no le importaba y se esforzaría al máximo para ganarse su corazón. Ahora, estaba dispuesta a abrirse, pero lo único que había recibido era traición.

Al escuchar las maldiciones de su suegra y recordar lo que acababa de ocurrir en el piso, Gisela se enfadó todavía más. Apretó el móvil con fuerza y respondió con rabia:

—No te preocupes. No tienes que apurarme, definitivamente me divorciaré de él. ¿Quieres nietos? Perfecto, los daré a luz. ¡Pero no serán hijos de Ricardo!

Si él la había engañado, ella también pensaba hacerlo antes del divorcio.

—¿Qué estás diciendo, zorra? —oyó que gritaba Josefa, antes de que ella colgara el teléfono.

Sin darle más importancia, Gisela apagó el teléfono y, mirando al taxista, dijo con firmeza:

—Lléveme al Club Paraíso.