La habitación continuaba en penumbras, apenas iluminada por la luz suave de la lámpara junto a la cama mientras él tiempo parecía estirarse de manera interminable como si estuviera suspendido en alguna especie de limbo donde el tejido mismo del espacio tiempo estuviera detenido. El pitido constante del monitor, él único sonido continuo en la habitación, llenaba el silencio con un ritmo monótono, casi hipnótico pero a la vez incómodo. Norman se quedó allí, sentado junto a Ekaterina, sin atreverse a moverse demasiado, como si un simple gesto pudiera romperla del todo. Había tomado la mano de Ekaterina con sumo cuidado cuidado. Al tacto estaba fría, demasiado fría para la temperatura artificial de allí adentro que era demasiado cálida para Norman, casi asfixiante. Él la cubrió con ambas manos, intentando transmitirle calor, como si el simple contacto pudiera devolverle la vida, arrancarla del abismo en el que parecía hundida de manera inevitable. La observó con el corazón estrujado y por