—¿Me estás diciendo que te dijo eso y se fue como si nada? —exclamó Candy, dejando caer la cuchara de helado sobre la mesa de la cafetería—. ¿Ni un beso, ni un "lo siento", ni una miserable flor? Ekaterina negó con la cabeza, removiendo distraída el café ya frío que tenía entre las manos. —Nada. Solo dijo que no podía quedarse, que no era su estilo... y se fue. —¿Pero quién se cree que es? —bufó Candy, cruzando los brazos—. Kat, cariño, eso no está bien. No puedes seguir dejándolo entrar y salir de tu vida como si fueras una habitación de hotel. —No es tan simple —susurró Ekaterina—. Cuando estoy con él... no sé cómo explicarlo. Es como si todo el mundo desapareciera. Como si por fin pudiera respirar. Candy la observó con una mezcla de ternura y frustración. —¿Pero cuando se fue? Ekaterina bajó la mirada. —Me sentí vacía. Candy se inclinó hacia ella y le tomó las manos. —Entonces hay que hacer algo. Y no me mires así. No hablo de rogarle ni de sufrir en silencio. Hablo de estrategia.