28. TRAGO AMARGO

Mientras la preparaban, Kayla sentía que estaba como en un sueño, más bien, una pesadilla.

Aterrorizada por su bebé, por la operación, por todo.

Se sentía impotente, inútil, él era tan chiquito e indefenso. Recordó la última ecografía, cuando descubrieron que era un niño. La alegría que sintió y que no quiso demostrarle a Niko, porque intuyó que él quería un niño, un varón, un sucesor.

Y, claro, tenía razón. Lo vio en su cara exultante y sintió bronca. Le había dado su primera vez, su amor y también le daba un hijo. Y si ella moría, el pequeño bebé quedaría con él y ella no quería eso.

Quería que su madre sobreviviera, que el pequeño conociera a sus abuelos.

«Oh, por Dios, no quiero morir», pensó con un sollozo y una enfermera la abrazó sin decirle nada.

En ese momento las palabras sobraban y Kayla agradeció su silencio, creyó que no toleraría ningún tipo de palabra de consuelo almibarada, en ese amargo momento.

—Mi padre, ¿llegó? —le preguntó a la mujer, soltándola y secándose las l
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