Los brillantes rayos de sol se filtraban por los majestuosos vitrales, bañando con su luz cálida la espaciosa habitación de Isabell. El dulce aroma a gardenias de su perfume francés embriagaba el ambiente. Con agilidad, ella cepillaba su sedosa cabellera negra frente al elegante espejo de su tocador, mientras los rizos rebotaban como delicados muelles sobre sus hombros que resaltaba su tez oliva. Sus ojos color chocolate destellaban con un brillo intenso y desafiante.
Sin embargo, su mirada se perdía más allá de los barrotes de su ventana. Anhelaba salir de esa jaula de oro y seda que su padre llamaba hogar. A sus 23 años, se sentía una prisionera en su propia casa. Y ahora ese tirano pretendía entregarla en matrimonio a los Romanov, sus enemigos mortales. Su sangre hervía de rabia.
De pronto el sonido del reloj marcando las doce del mediodía el saco de sus pensamientos. Era la hora. Isabell se vistió con sus elegantes pantalones de montar blancos y su camisa de lino azul, combinándolos con botas de cuero.
Estaba lista para escapar un momento de su lujosa pero sombría prisión dorada. Ansiaba sentir el viento acariciando su rostro mientras galopaba a través de los extensos prados verdes en su fiel corcel Richelly.
Salió sigilosamente de la enorme casona y se dirigió a los establos donde su fiel corcel la esperaba inquieta, piafando y moviendo la cabeza de lado a lado.
— Hoy cabalgaremos lejos, mi querida amiga — susurró mientras acariciaba suavemente la crin de la elegante yegua, la cual relincho con brio.
Sin percatarse de que una imponente figura la observaba desde las sombras con una sonrisa bastante siniestra.
— Vaya que has crecido Isabell, me alegra verte bien — dijo aquel hombre.
Al escuchar aquella voz volteo bruscamente, sintió que el tiempo se detenía al ver de quien se trataba.
— ¿Hermano? — pregunto aun con sorpresa con cierta precaución.
Este sonrió — ¿Esperabas a alguien más?
No podía creerlo, realmente era su hermano mayor. Luego de cuatro largos años al fin volvía a verlo. Una oleada de emociones la invadió. Joseph había cambiado, el joven idealista y soñador que ella recordaba, había sido remplazado por un hombre alto con una mirada fría y carente de vida, desde que se convirtió en la mano derecha de su padre se volvió un hombre que irradiaba poder y misterio con su imponente presencia. Conocido por toda Alemania como “ScarFace”
Esta era la principal razón por la que Isabell había podido reconocerlo, una cicatriz surcaba el lado derecho de su rostro, desde el párpado hasta la comisura del labio. Esa marca revelaba las sombrías batallas que Joseph había tenido que librar en pos de salvar su vida.
Ante la afirmativa, esta corrió en su dirección y se le lanzó encima para abrazarlo con fuerza — padre no me mencionó de tu regreso a Berlín ¿no estabas en New York? ¿Cuándo llegaste? — Réplica con extrañes sin parar de abrazarlo.
— Te pareces tanto a nuestra madre, has crecido bastante en estos años, te ves muy hermosa — su tono dulce y cariñoso fue un bálsamo para Isabell quien lo volvió a abrazar con alegría.
— Tu también te ves muy guapo hermano, debes ser el soltero más cotizado de Nueva York — comentó con picardía. — Pero dime ¿Cuándo llegaste?
— Si sobre todo… ¿Quién me querría con un rostro así? — respondió este. Isabell sintió una punzada en el pecho. Odiaba a quien le había hecho esa herida mortal a su amado hermano.
Joseph notó la mirada compasiva de su hermana sobre la vieja herida y esbozó una sonrisa torcida.
—No te preocupes, el hombre que me hizo esto ya está muerto, solo lamento no haberlo matando yo mismo. Espero que al menos haya sufrido el desgraciado. —dijo con una fría indiferencia al mismo tiempo que recodaba aquella escena.
Joseph se agazapó tras unos barriles mientras sus ojos se adaptaban a la penumbra. Distinguió sombras moviéndose y el destello de las armas al disparar. La adrenalina corría por sus venas. De repente, una figura emergió de entre el humo. Era Edward, el hijo mayor de Lorenzo Romanov. Sus ojos centelleaban con sed de sangre mientras blandía una daga.Se abalanzó sobre él con la velocidad de una pantera. Este esquivó el tajo por pocos centímetros al tiempo que sacaba su propia navaja. El frío acero tintineó. Comenzó un violento intercambio de estocadas y fintas. La hoja sesgó la carne una y otra vez, salpicando el suelo de carmesí.
En un descuido, Joseph asestó un certero corte en el hombro de este, casi inutilizándole el brazo. La sangre manó a borbotones, pero Edward no se inmuto ante la herida y contraatacó, hundiendo su arma en el hombro de su contrincante hasta tocar el hueso.
Joseph cayó de rodillas aullando de dolor. Edward presionó la daga contra su cara haciendo un corte desde la sien hasta menton, Pero cuando estaba apunto de dar el golpe mortal escucho una manada de pasos que se acercaban con velocidad. Ante este nuevo desafío, decidió perdonar su vida, solo dejó una profunda marca que simbolizaba la derrota de su enemigo. —Vive para contarlo — susurró antes de escabullirse en las sombras.
— Te amo hermano... no estás solo — comentó Isabell sacándolo de su ensoñación, se sentía un poco temerosa ante la mirada perdida que destilaba desdén. Se notaba que su hermano había viajado a lo más recóndito de sus memorias.
Este volvió en sí y le regaló una cálida sonrisa al mismo tiempo que sacaba un pequeño estuche de terciopelo de su abrigo y se lo entregó a su hermana. Dentro había un exquisito collar de esmeraldas y diamantes.
— Un obsequio para la mujer más bella de Europa. Este collar perteneció a la mismísima Reina María Antonieta. Ahora será tuyo...
Isabell contuvo el aliento, maravillada. — Gracias hermano me encanta, está bellísimo. — Expreso con una sonrisa deslumbrante — Me alegra que estés de vuelta, no sabes lo mucho que te extrañe… pero ¿por qué has venido? — pregunto cayendo en cuenta que su hermano había evitado su pregunta con anterioridad.
Luego de esquivar su mirada por un momento, sin más remedio respondió. — Mi padre quería que regresara, ya había terminado el trabajo que me había encomendado y ya no tenía nada que hacer en New York. Padre quiere que esté aquí para tu compromiso con ese Romanov
En ese momento su sonrisa se desvaneció, Isabell sintió como si un puñal se clavara en su pecho cuando Joseph confirmó la descabellada orden de su padre. ¿Casarse con Dominic Romanov? ¡Era una locura! ¿porque su padre empeñaba tanto en hacer que sea infeliz? Ella preferiría morir antes que unir su vida a la de esa familia de arrogantes asesinos.
— Mi padre se ha vuelto loco al quererme casar con un Romanov —
— Sabes que nuestro padre es muy astuto, seguro piensa hacer algo, por eso me pidió que viniera. Tendrá algo entre manos, no creo que él te deje casarte con ese hombre.
— No lo creo, si fuera así… Tu no viste como me lo impuso, como siempre que quiere que haga algo, pensé que me ayudaría, pero ya veo que tampoco piensas hacer nada.
La frustración hirviendo en sus venas, salió hecha una furia hacia los establos, con su negro cabello agitándose cual medusa furiosa a sus espaldas. El viento helado azotaba su rostro, pero ella lo ignoraba. Sólo quería escapar.
De un salto montó a su yegua Richelly y espoleó sus flancos con vehemencia. El animal salió disparado como una exhalación. Isabell cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, dejando que el viento se llevara todas sus penas.
Pero la calma fue de corta duración. En su desesperación, no vio la retorcida rama del viejo roble hasta que fue muy tarde. Impactó contra su sien con tal fuerza que la hizo caer de la yegua, ante la mirada aterrorizada de Joseph que observaba la escena a la distancia.
Isabell yacía inmóvil sobre la hierba, con un hilillo de sangre resbalando por su pálido rostro de porcelana. Joseph corría desesperado hacia ella, con el corazón desbocado, pero simplemente estaba demasiado lejos.
De pronto, un desconocido surgido de la nada se arrodilló a su lado y la tomó primero entre sus brazos. Joseph frenó en seco, sobrecogido. El extraño buscaba signos de vida en el semblante de la joven
Ella entreabrió los ojos lentamente, aún aturdida. En su confusión creyó distinguir a un hombre que no era su hermano en ese rostro que la miraba fijamente. Pero no podía ser... ¿o sí?
Todo le daba vueltas y se sentía flotar. El dolor punzante en su sien se extendía como fuego líquido. El desconocido le hablaba, pero ella sólo atinaba a ver sus labios moverse sin escuchar realmente las palabras.
De pronto la imagen se tornó borrosa y sus párpados cedieron, cayendo nuevamente en la inconsciencia. Lo último que alcanzó a percibir fue el penetrante olor a sándalo del extraño y sus firmes brazos levantándola del suelo antes de que todo se volviera negro.
Dominic conducía distraído acompañado de su mejor amigo Thomas, iban de camino a la hacienda Santtorini para conocer a su prometida. Estaba deprimido por este matrimonio arreglado con la hija de su enemigo Darío. De pronto, vio el cuerpo de una mujer tendido a un lado del camino. Preocupado, detuvo el auto en seco y se bajó rápidamente a auxiliarla. La joven yacía inconsciente, con una fea herida en la frente que sangraba abundantemente. Con gentileza la levantó en brazos, dándole pequeñas palmaditas para hacerla reaccionar. —Reacciona... Reacciona —exclamaba el joven. Poco a poco ella recobró la conciencia, aturdida. Al ver esos grandes ojos marrones que se abrían desorientados, Dominic contuvo el aliento. Era una belleza extraordinaria. Con delicadeza retiró un rizo rebelde que cubría su pálido rostro y la miró extasiado, casi olvidando por completo su desdichado compromiso. —¿Qué pasó? ¿Quién es usted? — preguntó débilmente. —Tranquila, estás a salvo — murmuró en tono tranqui
El ambiente en el despacho estaba tan tenso que se hubiera podido cortar con un cuchillo. Darío fulminaba a su hijo con la mirada, aún irritado por el bochornoso incidente con Dominic. Joseph caminaba de un lado a otro como una fiera enjaulada, con la mandíbula tensa y echando chispas por los ojos. — Querías obligarme a disculparme con ese gusano... ¿cómo pudiste humillarme así, padre? Darío lo observaba impasible desde su escritorio de caoba. — Debemos mostrarnos diplomáticos con los Romanov, hijo. No conviene iniciar una disputa, no ahora. — ¿Cómo permites que este hombre esté aquí después de todo el daño que su familia nos causó? ¿Y aún pretendes que Isabell se case con él? — espetó sin disimular su desprecio. — No me cuestiones. Tu rol es solo hacer lo que te ordeno, no eres quien para recriminarme — ladró su padre con rudeza. Joseph apretó los puños hasta clavarse las uñas en las palmas, conteniéndose de no responder a la provocación. — ¡Eres un maldito imprudente! No pued
La noche había caído rápidamente y Isabell se miró furiosa en el espejo mientras cepillaba sus rizos rebeldes, no había podido dormir bien la noche anterior. La imagen de Dominic Romanov robándole su primer beso ardía en su mente. ¿Cómo se había atrevido? a sus 23 primaveras nunca nadie había intentado insinuársele por temor a su apellido, pero este Romanov apenas lo conocía y ya actuaba como si tuviera algún derecho sobre ella, simplemente no podía soportarlo. Pero debía admitir que una parte de ella había despertado con las nuevas sensaciones de ese breve momento de cercanía. Un golpe en la puerta interrumpió sus agitados pensamientos. Era la señora de servicio anunciando que él joven Romanov había llegado y la esperaban para cenar. Isabell sintió una descarga eléctrica por toda su columna. ¿Estaba lista para volver a verlo después de lo que pasó? ¿Cómo reaccionaría? Isabell inhaló profundamente mientras se alisaba el vestido. El delicado encaje rozaba sus dedos, recordándole la su
Pasando media hora del bochornoso incidente, terminaron de cenar sin más inconvenientes. Aunque la escena previa había dejado una fuerte impresión que perduraría toda la velada. Era hora de partir y Dominic se despidió cortésmente de todos, dejando a Isabell para el final. Acercándose galante, le preguntó si podía acompañarlo a la salida. Isabell sintió un escalofrío recorriendo su espalda. Temía quedarse a solas con él después del atrevido beso que le había robado en su último encuentro. —¿No puedes ir solo? Busco la mirada de su padre como una súplica silenciosa, pero solo encontró el gesto serio exigiéndole cumplir con su deber. A regañadientes accedió y lo siguió hasta el pórtico amurallado por enredaderas, que enmarcaba un cielo tachonado de estrellas. La luz de la luna bañaba el rostro de Isabell, resaltando sus facciones delicadas. — Estás deslumbrante esta noche — murmuró él con la voz teñida de deseo. — Verte bajar esa escalera me dejó mudo, pero bajo la luz de la luna m
La luna derramaba su luz espectral sobre el cuerpo sin vida de Melissandra. Su pálida piel, antes tibia y sonrosada, ahora parecía cincelada en mármol. Carlos lloraba abrazándola con el alma hecha jirones, implorando a los cielos que le devolvieran a su amada. Pero sus ruegos solo encontraron el silencio de la noche como respuesta. Pasaron las horas y el frío del amanecer calaba hasta los huesos, pero Carlos estaba entumecido por el dolor. Fue entonces cuando la fría luz del alba arrancó un destello en la hierba que capturó su atención. Un collar con el símbolo del Toro... era el collar de su primo Darío. Y como un relámpago infernal, la comprensión atravesó su mente atribulada. Aquel maldito les había tendido una trampa. Recordó la mirada libidinosa de Darío siguiendo los pasos de Melissandra por la casa. Y ahora, su cadáver yacía junto al collar de su primo como una confesión muda de sus viles actos. Un grito desgarrador surgió desde las entrañas de Carlos. ¿Cómo pudo Darío traic
Al día siguiente, Isabell y Dominic se preparaban nerviosamente para su cita. Aunque ninguno lo admitiría, ambos se sentían abrumados ante la expectativa de conocerse finalmente. Dominic pasó una hora eligiendo cuidadosamente su atuendo, buscando causar una buena impresión. Se decidió por una elegante camisa blanca con cuello mao, una chaqueta azul marino de corte impecable, pantalón de vestir gris oscuro y lustrosos zapatos negros con delicada costura. Estaba decidido a comportarse como todo un caballero ante los ojos de la guapa Santtorini. Si debian casarse a la fuerza mejor disfrutar el proceso ¿no? Mientras tanto, Isabell registraba frenéticamente su vestidor en busca del atuendo perfecto. Finalmente encontró un bello vestido champagne con escote en forma de corazón, enjoyado con finos cristales que simulaban diamantes y rematado con un imponente prendedor dorado en el busto. La amplia falda de gasa y seda delineaba su esbelta figura al caminar. Complementó su vestuario con una
Isabell se removió incómoda en el asiento del copiloto, sintiendo la penetrante mirada de Dominic sobre ella. Él no le quitaba los ojos de encima mientras se acercaban al restaurante “Sophieneck” uno de los más exclusivos de Alemania. El viaje había transcurrido en un tenso silencio, solo roto por el ronroneo del motor. A pesar de la insistente atención del Romanov, esta se distrajo observando el paisaje citadino a través de la ventanilla. Al llegar, Dominic saltó del auto y rodeó el capó con impaciencia para abrir la puerta de la joven santtorini. — Gracias — expresó aceptando la mano que le ofrecía, cálida y enérgica, para incorporarse. Con una mirada recorrió los alrededores y el corazón le dio un vuelco. Por primera vez se sentía libre. Embelesada, contempló el ir y venir de los viandantes, los gritos de los vendedores de periódicos, el aroma del tabaco de los elegantes caballeros con sombrero y bastón. Era glorioso estar en la calle sin una muralla de guardaespaldas controland
“Esto solo nos traerá problemas” pensó Isabell, la pareja llevaba rato en silencio, pensando en las connotaciones que aquel beso acarrearía. Incómoda, Isabell desvió la mirada hacia su café. — Buen provecho — masculló, en un vano intento de romper el tenso silencio. — Para ti también, bella — repuso Dominic juguetón, blandiendo su vaso de whisky. Ella no pudo evitar que se le escapara una sonrisa al caer en cuenta que el no estaba comiendo, solo la observaba con intensidad. Nerviosa al recordar lo que acababa de pasar sus mejillas se sonrojaron y concentró su atención en la servilleta que tenía en la mesa. Él pareció sorprenderse gratamente. — ¿Ves? te ves más hermosa sonriendo. Deberías hacerlo más a menudo. De nuevo Isabell sintió un nudo en la garganta. No podía seguir cayendo bajo su embrujo cuando él era el enemigo de su familia. Y sin embargo, una parte de ella anhelaba quedarse allí, dejando atrás el dolor del pasado. Dominic noto su cambio de ánimo y su mirada se tornó co