Cuando La Locura Se Ahoga

Entré en mi habitación como una mujer poseída y di un portazo tan fuerte que hasta las paredes seguramente se estremecieron.

En cuanto la puerta hizo clic, me giré, agarré mi vientre y empecé a despotricar como si el feto fuera mi terapeuta.

“Dios mío, Feto”, siseé, caminando de un lado a otro como un pato desquiciado. “¿Viste eso?”

Señalé la puerta como si el feto tuviera ojos de verdad.

“¿Cómo se atreve… a acusarnos de hacer cosas feas con Adam cuando era ÉL?!” Mi voz subió una octava. No me importó.

“¡Fue tu tío! ¡Tu idiota, santurrón, juez de todo, que aparentemente se acuesta con la esposa de su propio hermano!”

Levanté las manos al aire.

“¿Y tiene el descaro, la AUDACIA, de mirarme como si yo fuera el problema? ¿Como si yo fuera la gerente de un hotel barato convirtiendo esta casa en un motel? ¿En serio?”

Me dejé caer en la cama, gimiendo contra la almohada.

Ahora que sé uno de sus secretos, honestamente ya no me sorprendería si un día simplemente… despierto con mi cabeza rodand
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