Lidia.
La fiesta fluyó con naturalidad. Los niños se divirtieron en los juegos, hicieron un desastre en el jardín y pasaron el tiempo riendo a carcajadas.
Todo estaba bien hasta que vi llegar al señor que antes
llamaba padre.
— Hola hija. — Lo ignore, me di la vuelta y caminé. — Lidia espera. — El me agarró del brazo. Lo jale al instante, no soporto que me toque.
— Déjeme en paz o lo demandó por acoso.
— Hija.
—¡Yo no soy su hija! — Me alteré y llame la atención de algunas niñeras. No quería hacer escándalo en la fiesta de mi sobrino. Recupere la compostura y me tranquilice.
— Por favor escúchame.
- ¿Cómo me escuchaste cuándo dije que era inocente?
¿Cómo me escuchaste cuándo suplique que no quemaras mi pintura favorita? — Las lágrimas amenazaban mis ojos. Esas infelices no me harían ver vulnerable. No hoy. No delante de él.
— Luke me dijo que eres inocente y lo siento. Lamento no haberte escuchado en ese entonces. Lamento haber quemado tus pinturas.
— Me quemaste a mi. — Le recordé. —