parte 2 (capítulo veintiocho)

Las hormonas desencadenaban un efecto peligroso al inducirte a cometer acciones impulsadas por la intensidad de las emociones que generaban.

Esa comprensión me golpeó al poner un pie en el pasillo, moviéndome con sigilo mientras observaba el bullicio de hombres que aguardaban pacientemente al final. Algunos lucían trajes elegantes, mientras que otros ni siquiera se habían molestado en ponerse una camisa. En el momento en que me vieron (y me maldecí por ello), los ojos de todos brillaron con ansias y expectación.

—¡La diosa Alex! —gritaron casi al unísono, y algunos permanecieron callados, simplemente mirándome como si fuese una piedra en bruto.

Dios.

Eran numerosos y atractivos, pero el solo hecho de que todos estuvieran esperándome allí me abrumaba. Varios de ellos se tomaron la molestia de acercarse a donde yo estaba.

—Permíteme cargarte hasta la planta baja —se ofreció uno de cabello rubio, sin camisa. Sin esperar mi respuesta, me agarró entre sus brazos y me levantó como si fuera
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