Habían pasado algunas semanas desde su llegada al campamento de Averina. Liam estaba decidido a enseñarle a Collin a luchar, y cada día la entrenaba con una paciencia implacable o simplemente observaba sus movimientos con ojos afilados.
Esa tarde, Collin estaba sudada, jadeante, con cada músculo de su cuerpo ardiendo por el esfuerzo. Pero Liam… él apenas parecía un poco acalorado, con esa maldita sonrisa en la comisura de los labios.
“¿Ya te cansaste?” su voz, cargada de provocación, se deslizó hasta ella.
“Cállate” replicó, apoyando las manos en las rodillas, tratando de recuperar el aliento.
Su sonrisa se ensanchó, puro desafío.
“¿Por qué no me haces callar?” su voz llegó baja, ronca, peligrosamente seductora.
Collin levantó la mirada y, dioses, no debería haberlo hecho. El sudor bajaba por el pecho desnudo de Liam, deslizándose entre los músculos definidos. Las marcas del alma de uno, que tanto odiaba, estaban allí, pero en ese momento, no le importaban. Todo lo que veía era a un h