Jodida realidad

El sonido de su teléfono interrumpió nuestra siesta. Habíamos pasado todo el día en la cama, su rostro lucía más relajado, las ojeras empezaban a desaparecer. Aun me preocupaba lo delgado de su cuerpo, pero con unos días de cuidados intensivos volvería a sentirse mejor.

Mientras ella se levantaba para responder, recordé que no le había hablado del investigador que contraté. Durante la cena, compartiría con ella la información que él me había dado. Quizás ella podría aclarar algunas cosas. ¿Quién sabe? Tal vez entre tanta confusión se ocultaba algún tesoro que nos ayudara a descubrir la identidad del desconocido.

Segundos después, ella cambió su expresión facial y comenzó a gritar órdenes por teléfono mientras buscaba su ropa y se vestía apresuradamente. La desesperación en sus ojos me motivó a vestirme rápidamente para seguirla a donde fuera.

Al colgar, el teléfono se le resbaló de las manos y cayó de rodillas, tomando su rostro entre las manos mientras sollozaba con fuerza. La abracé
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