—¡Agh! ¡Han pasado dos días y todavía nada! —gruño Liza, disgustada de que siguieran en ese prostíbulo—. ¿No se suponía que el tal Sergei me mandaría a buscar?
Yacía tirada sobre uno de los sofás que estaban en la habitación, ni loca se acercaba a la cama.
Soren la miró desde el otro lado de la habitación, alzó una ceja y siguió atento a la llamada con Peter.
—No tenemos información de porqué no ha ido por ustedes —hablo el mayor a través de la videollamada.
—¿Y si nos descubrieron? —saltó la morena con los ojos muy abierto con paranoia—. Tal vez ya se dieron cuenta de que no soy Coral y esperan el momento adecuado para matarnos.
—No nos han descubierto, Liza. Tranquilízate, ¿quieres? —pidió el pelinegro.
—No puedo. Estoy hartar de estar aquí y me siento muy incomoda con esta ropa. Además, todos me miran cómo si fuera comida —se quejó formando una expresión de asco mientras miraba a la puerta.
—Eres comida —musitó Peter—. Se supone que esas personas degeneradas están ahí para usarte c