CAPÍTULO 1

El viento soplaba con fuerza a través de la ciudad elevando el aroma de las flores que estaban en los mostradores de las tiendas y eso despertaba el buen ánimo de Clarisse. Su piel blanca estaba cubierta por un abrigo azul que hacía juego con sus ojos del mismo tono y su cabello azabache caía libremente por su espalda.

Miró su reloj para ver que tenía tiempo de sobra para llegar, siempre puntual para cualquier cosa y seguramente tendría que esperar por ellos.

Principalmente por Lorna, esa pelirroja era un desastre andante desde el momento en el que nació y no había una persona que no lo supiera. Era prácticamente imposible que ella llegase a la hora acordada a algún lugar, fuera importante o no.

Por otro lado, estaba Galen que con su pequeño hijo Pat era imposible que se retrasara. El niño era demasiado entusiasta, por lo que cuando sabía que su padre lo llevaría de paseo con sus amigas, era capaz de no dejarlo dormir en toda la noche.

Era digno hijo de su padre, aunque a veces parecían más hermanos por lo joven que era Galen.

Sus planes para hoy era reunirse en una cafetería en el centro para luego ir de compras, ya que Pat necesitaba algo de ropa nueva y la verdad es que las chicas no confiaban en el pésimo gusto de su amigo. No luego de que el año pasado le regaló un abrigo afelpado de un color naranja fluorescente.

Lorna aseguraba que, si el niño usaba algo así, no se necesitaría llevarlo de la mano al cruzar la calle porque todos los conductores lo verían a cuatro cuadras de distancia.

Desde ese día las chicas no le permiten ir de compras solo.

Por suerte tenían ese viernes libre por haber trabajado el fin de semana pasado.

Estando sólo a una cuadra del lugar; una llamada hizo vibrar su teléfono y se apresuró a contestar.

Tía Clarisse, ¿dónde éstas? —cuestionó de inmediato una vocecita infantil del otro lado de la línea que la hizo sonreír.

—En tu corazón, mi Sol —respondió la pelinegra con una gran sonrisa.

No, tú no porque no has llegado —reveló el niño—. Ahí están papá y Lorna porque sí llegaron temprano.

—¡No me lo creo! ¿Lorna está ahí? —preguntó sumamente sorprendida.

Miró su reloj y no esperaba que su amiga se presentara temprano, incluso antes que ella.

Así es, querida. Esta diosa regia ya está aquí para que sus lacayos la admiren —está vez fue la voz de una mujer la que se escuchó del otro lado.

—Eso es impresionante, ¿preparaste unas quince alarmas para que te fueran despertando desde hace tres horas o cómo? —bromeó Clarisse y a lo lejos los vio sentados en una de las mesas que estaba afuera de la cafetería.

Algo así. Mi motivación era una apuesta con esta pulga y cómo llegué antes, tendrá que comer sus verduras.

¡Ni lo sueñes, mujer! —musitó Pat y escuchó las risas de los dos mayores.

Estando a unos pasos decidió colgar la llamada.

—Si no te comes tus verduras entonces me encargaré de eliminar a Santa Claus —amenazó la pelirroja—. Sabes que lo haré, no me retes, escuincle.

—¿A quién llamas escuincle, anciana? —arremetió el pequeño rubio de pie en la silla y con las manos sobre las mesas.

—¡¿Cómo te atreves a decirme anciana, tú, mocoso maleducado?! —gruñó la chica apoyándose también sobre la mesa— ¿Eso es lo que te enseña el remedo de padre que tienes?

—No, yo le enseño a respetar a las personas de edad avanzada —intervino Galen tranquilamente y le dio un sorbo a su café.

—Cuida tus palabras, Galen Santana —Lorna lo amenazó con un croissant.

—¿No hay un día en el que ustedes no peleen como si estuvieran en el preescolar? —les preguntó Clarisse.

Le arrebató el croissant a su amiga para dejarlo en el plato y tomó asiento.

—Ella empezó.

—Él empezó.

Pat y Lorna soltaron en conjunto al apuntar con el dedo índice al otro.

—Muy bien. Tú no le harás nada a Santa Claus, el pobre hombre tiene una responsabilidad con los niños del mundo —les dijo a su amiga y Pat soltó una carcajada.

—¡En tu cara! —expresó el niño victorioso.

—No cantes victoria antes de tiempo, porque sí te comerás tus verduras —aclaró la chica y la felicidad de Pat se estrelló.

—¡En tu cara! —se mofó la pelirroja.

—Gracias a la Virgen María por enviarte —habló Galen dejándose caer sobre la mesa de manera dramática—. Por favor, mi amor. No vuelvas a dejarme solo con nuestros hijos o voy a terminar perdiendo mi preciada cordura. Soy demasiado joven para terminar usando camisas de fuerza.

—Ustedes dos un día de estos le causaran un infarto a su padre y ahí los veré llorar amargamente —dijo Clarisse tomando las manos de su amigo y viendo a los otros dos.

—Cariño, mírame —dijo Lorna acomodando su cabello de forma coqueta—. No hay manera de que alguien pudiera si quiera imaginar que nosotros tenemos algún tipo de parentesco.

—Es cierto, yo no sufro de un terrible acné —soltó Galen, maliciosamente—. ¿No tenías cita para deshacerte al fin de ese enorme barro que te sale en la frente?

Lorna se sobresaltó y automáticamente cubrió su frente con ambas manos, cómo si en se momento su más fiero enemigo estuviera llamando la atención desde su rostro.

—Esa cosa ya tiene la forma de Grecia —se burló el rubio.

—¡No juegues con eso, imbécil! —se quejó la chica con miedo.

—¡Eh, conoces las reglas! —dijo Galen, con una enorme sonrisa— Nada de palabrotas frente al canguro.

—Pero…

—Sin excusas, paga —la interrumpió el chico.

A regañadientes la chica tomó su bolso y sacó un billete de un dólar que estampó en la mano del joven.

Hace casi un año pautaron que no debían decir malas palabras cuando Pat estuviera presenta, ya que debido a eso en una ocasión el niño escuchó a Lorna maldecir y empezó a repetirlo. Así que la mejor manera fue un castigo, entre más grave fuera la palabra; mayor era el pago.

Lo mejor de todo es que al finalizar el año, Pat podría decidir qué hacer con la suma total y de esa manera todos terminaron usando trajes de hombres de nieve la navidad pasada. Por suerte Seattle es una ciudad muy fría y no hubo mucho problema cuando salieron vestidos así a la calle.

—Bueno, ya vamos a comprarle ropa a mi pequeño antes de que se haga la hora de almorzar —dijo Galen al ponerse de pie.

—Igual podemos llevar algo para comer mientras compramos —sugirió el niño de seis años.

—No puede ser, ustedes dos sólo piensan en comer, ¿verdad? —se quejó la pelirroja— ¿No acaban de desayunar en casa?

—Sí, ¿por qué? —pronunciaron al unísono.

—Y hace un momento se pidieron un jugo y unos pastelillos —les recordó con obviedad.

—Eso no fue nada. Era la merienda de la media mañana —aclaró el niño y se bajó de la silla con tranquilidad.

—Ya déjalo, mi príncipe está en crecimiento y debe alimentarse bien, ¿verdad? —le preguntó Clarisse y le acomodó la chaqueta.

—Sí, así voy a crecer grande y fuerte para que las chicas se vuelvan locas por mí.

—Espera un momento, jovencito —exigió la pelinegra y lo tomó de la mano—. Estás muy pequeño para pensar en chicas. Ya te he dicho que las únicas en tu vida debemos ser Lorna y yo.

—Pero si no crezco, no podré tener un sable de luz y acabar con los malos en el espacio —dijo el niño y movió la mano libre de un lado a otro mientras hacía efectos de sonido con la boca.

Los tres adultos se quedaron viéndolo y de pronto Galen soltó un quejido por el golpe que recibió en la cabeza por parte de la pelirroja.

—¿Qué te pasa?, ¿eso por qué fue? —se quejó con una mueca.

—¿Cómo que por qué? ¡Volviste a dejar que el niño viera tus películas raras! —le reclamó la muchacha.

—Me quedé dormido y no son películas raras. Son obras maestras —se defendió el rubio—. Pero la gente de tu clase jamás comprendería eso.

«Y yo que pensaba que sería un día tranquilo», meditó Clarisse.

No les dijo nada a sus amigos, sólo tomó al niño en brazos y se alejó de ellos.

Esos dos eran iguales a unos pequeños cuando empezaban a pelear por sus opiniones opuestas acerca de alguna tontería. No tenía caso el tratar de parar esa pelea entre un perro y una gata, prefería dejarlos a mitad de la calle para que hicieran el ridículo ante los demás.

—¿Crees que se den cuenta que ya no estamos? —le preguntó Pat viendo sobre su hombro hacia donde estaban antes.

—Tal vez. En un rato probablemente —le respondió la chica y ambos rieron.

Pasaron exactamente once minutos y treinta y siete segundos hasta que sus amigos aparecieron en la tienda. En ese tiempo Clarisse y Pat ya habían elegido unos cuantos atuendos e iban a los probadores.

—Nos abandonaron —se quejó Lorna.

—Yo no pensaba quedarme ahí parada para verlos discutir —aseguró Clarisse con calma.

—Yo sí, pero con una cámara para subirlo a internet —reveló Pat con diversión.

—Tú eres un diablillo que debería ser devuelto a las profundidades del averno —le dijo la pelirroja, apretando las mejillas del pequeño rubio.

—No sé qué sea, pero espero que haya comida—dijo sin más antes de irse con Clarisse.

Pasaron el resto de la mañana de tienda en tienda hasta que Lorna consideró que ya tenían todo un nuevo guardarropa bastante variado. Así que con las bolsas en mano decidieron irse a un restaurante para finalmente almorzar porque con los dos rubios quejándose, las chicas estaban por perder la cabeza.

—Aquí tienen lo que pidieron —dijo el mesero cuando llegó con la comida y las bebidas.

—Que buen servicio, muchas gracias, mi amigo —le dijo Pat frotándose las manos mientras se deleitaba con la vista lo que había en su plato.

El chico se retiró y ellos se dispusieron a comer.

—Oye, ¿ya tiene todo preparado para el evento? —Lorna le preguntó a Clarisse, mientras cortaba un trozo de milanesa.

—Sí, ya está todo listo. Ayer recogí mi atuendo y encontré un lindo bolso que hace juego —respondió la pelinegra con gran emoción—. Aunque no es algo del otro mundo.

—Tú siempre te vez linda, tía Clarisse —Pat le dijo con dulzura.

—Gracias, mi vida —respondió sonriente y peinó su cabello—. Y tú eres el niño más guapo de todos.

—No lo sé, hay niños más lindos —expresó Lorna como si nada.

—Oye, mi hijo es guapísimo. Igual que yo —aseguró Galen sonriéndole de manera coqueta.

—En el diccionario, tu foto está en el antónimo de la palabra belleza —murmuró la pelirroja y le dio un trago a su jugo.

—Me sorprende que sepas usar un diccionario—se burló el chico.

—Es por eso que sigues soltero —esgrimió Lorna.

—Todo lo contrario, mi corazón fue robado por una chica desde hace mucho con quien planeo pasar el resto de mi vida —el rubio tomó las manos de Clarisse y depositó un beso en éstas.

—Por supuesto que sí. Espero que el diamante que lleve el anillo sea más grande que tus palabras —musitó la pelinegra y todos comenzaron a reír.

—Eso no me lo esperaba —expresó Pat riendo.

—Retomando lo de la fiesta —habló la pelinegra un momento después—. ¿Tessa si podrá cuidar de nuestro pequeño canguro? —le preguntó a Galen, mientras limpiaba algo de salsa que el niño tenía en el rostro.

—Oh, sí. Dijo que siempre estaría dispuesta ayudarme con lo que fuera. —explicó el muchacho.

—¡Con lo que fuera! —formuló con diversión la pelirroja.

—¿Qué? —preguntó el muchacho confundido.

—A veces me pregunto cuántas neuronas te funcionan —vaciló la chica—. Por supuesto que estaría dispuesta y en esta mesa sabemos que ella quiere algo… más. —dijo con énfasis en la última palabra y una sonrisa de soslayo.

—¿Qué? ¿Tessa? ¡No, para nada! —habló rápidamente el rubio entre risas nerviosas—. Ella sólo es una buena amiga que me ayuda a cuidar de Pat cuando yo no puedo. Y siempre le pago por su servicio.

—Por supuesto, porque ninguno de nosotros hemos notado la manera en la que te lanza miraditas —Clarisse dijo con ironía.

—¿Qué miraditas? —quiso saber el joven.

—Te pone ojos de… —la pelirroja miró a Pat que comía frente a ella y estaba atento a la conversación. En definitiva, había que ser muy discretos con ese niño estando presente—. Con ojos de fóllame —lo último lo dijo en silencio sólo para que sus amigos entendieran.

Clarisse ahogó una risa y se tapó el rostro con ambas manos al ver la expresión de sorpresa de su amigo rubio y el cómo su cara se tornó roja por completo.

—¡Lorna! —le reprendió su amigo.

—¿Qué? Fui muy discreta —se defendió ella entre risas—. No te desvíes del tema. Tú le gustas, aprovecha porque dudo que alguien más llegue a mostrar interés en ti.

Galen consideró sus palabras por un momento y luego observó a Clarisse darle de beber a Pat. Sin duda era una escena muy tierna y se imaginó que fuera realmente la chica de sus sueños la que estuviera ahí con su hijo.

Su corazón dio un pequeño brinco cuando su amiga lo vio y le regaló una sonrisa, por lo que desvió sus ojos a su plato.

No se sintiera atraído hacia su amiga, sólo le gustaría que la chica con la que fuera a estar tuviera esa misma conexión que Clarisse tiene con Pat. No pensaba dejar de lado a su pequeño por una chica. Pat era su responsabilidad y amaba por completo a su pequeño canguro y eso nada lo iba a cambiar.

—Yo…, no estoy seguro —murmuró no muy convencido—. Tessa es linda, pero no creo verla de otra manera que como una amiga que vive en el departamento de en frente.

—Bueno, pero no digas que no te lo advertí —finalizó la pelirroja—. ¡Uh, ahora que lo recuerdo, chicos! —mencionó un momento después con entusiasmo—. He estado averiguando sobre el nuevo proyecto que Larry quiere darnos.

—¿En serio? ¿De qué trata? —inquirió su amiga.

—Lo escuché hablar por teléfono ayer. Tal parece que es un nuevo cliente, aunque no sé a qué mercado está ligado —divulgó la chica limpiando sus manos con la servilleta—. Tampoco sé el nombre del dueño, pero es un hombre. Y al parecer no quiere una campaña grande.

—Nunca había escuchado de alguien que haga publicidad de bajo alcance —opinó Clarisse extrañada.

—Yo tampoco. Usualmente los clientes de Larry son personas a las que debemos hacerles hasta fiestas temáticas, pero éste parece un caso especial —dijo sin más.

—Igual dijo que nos daría más detalles después de que se reunieran para afinar otros asuntos, ¿no? —agregó Galen.

—Tal vez nos lo presente en el evento —dijo Clarisse al terminar su almuerzo—. Si es empresario y un nuevo cliente de Larry, significa que estará ahí.

—¡Chica lista! —expresó Lorna con emoción—. Por eso tu diriges nuestro equipo y no éste sujeto —dijo señalando a su amigo con una mueca.

—No sé porque debería ofenderme. Tú y yo tenemos el mismo puesto, Roja —respondió el rubio velozmente—. Espera, tal vez si debería. Soy más listo que tú, debería ser tu jefe.

—El día que eso pase me atravieso el pecho con un abre cartas —dictaminó la chica encarándolo.

—Querida, nuestra hija tiene deseos suicidas —le dijo a Clarisse fingiendo preocupación.

—¿Qué son deseos suizadas? —cuestionó el pequeño rubio con unos brillantes ojos azules llenos de curiosidad.

Los tres adultos intercambiaron miradas sin saber que responder hasta que Lorna contestó:

—Es deseo por el queso suizo, enano.

Entes esas palabras los otros dos comenzaron a reír.

Pasaron una hora más platicando amenamente y riendo de las ocurrencias de Pat hasta que consideraron que era hora de volver a casa.

Al llegar a su departamento, Clarisse dejó las bolsas con sus compras en el sofá y mientras se deshacía de su abrigo tomó el teléfono para hacer una llamada.

—Hola, mamá. ¿Cómo te va? —la saludó sonriente.

Hola, cariño. Me da gusto que llamaras —respondió su madre sonriendo en la pantalla—. Estoy viendo a tu padre y tu hermano peleando porque uno quiere la pizza con piña y el otro con anchoas.

—¿Tú que quieres? —preguntó la chica.

Que pidan, ¡la m*****a pizza de una vez! —gritó la mujer viendo a su esposo y a su hijo.

Perdón… —murmuraron ambos al fondo.

Tal situación la hizo reír a carcajadas. Algo que le hizo muy bien, ya que era como si nunca se hubiera ido y por eso le gustaba llamar seguido a casa.

¿Tú cómo estás, cariño? —preguntó su madre un momento después con un tono dulce.

Con esa voz cualquiera dudaría que fuese capaz de soltar unos gritos de camionero.

—Todo muy bien, mamá. Llegué no hace mucho al departamento, pasé toda la mañana con los chicos porque estábamos comprando ropa para Pat —le contó, pues tenía unos días que no hablaban.

Genial, ¿cómo están ellos?

—Bien. Lorna vive en las nubes como siempre y había olvidado que dejó unas cosas en la oficina, así que fue por ellas —comentó riendo. Dejó el teléfono sobre la cama y se dispuso a cambiarse de ropa mientras seguía hablando—. Pat está muy grande y cómo tenía tarea que hacer, Galen prefirió ayudarlo y asegurarse de que la hiciera. La última vez logró convencer a su niñera de que había hecho toda la tarea para que lo dejara ver televisión.

Ese niño tiene mi respeto —dijo su madre entre risas—. ¿Y el trabajo?

—El lunes entregamos el diseño para la publicidad de una compañía y ya la aprobaron —anunció felizmente—. Así que en unos días se hará el evento de presentación para la marca.

¿Y piensas invitar a alguien? —preguntó su madre.

En su voz se notó un tono muy específico y Clarisse la observó con los ojos entornados.

—No sé qué estés tramando, pero aclaro que no es un evento social —especificó mientras organizaba su ropa—. Se trata de trabajo, mamá.

Oh, por supuesto que no estoy tramando nada. Sólo tenía curiosidad —respondió con la mirada en otro lado.

La pelinegra soltó un bufido mezclado con una sonrisa y levantó el aparato.

—Estaremos trabajando, ni siquiera Lorna llevará una cita —aseguró Clarisse—. Y en todo caso, no es que sea necesario que vaya con alguien.

Bueno, Galen estará ahí…

Las palabras de su madre la dejaron aturdida y con la boca abierta.

—¡Mamá! —soltó avergonzada—. Entre Galen y yo no hay nada. Sólo somos amigos, ¿de acuerdo? —su pregunta no obtuvo más que una sonrisa como respuesta de parte de la mujer al otro lado y ella suspiró rendida—. Cómo sea, llamaba para saber cómo estaban. Saluda a papá y a Brenan.

Está bien, mi niña. Cuídate mucho, te amo.

—Adiós, te amo.

Luego de terminar la llamada se dispuso a organizar su departamento, pues aún era temprano, así que lo mejor que podía hacer era aprovechar el resto del día.

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