Las tres mujeres se inclinaron ante Ronda con las cabezas gachas. Yo la miraba sin salir de mi asombro, confundida al ver a la sanadora jovial y comprensiva a la que estaba habituada mostrarse tan severa y hasta atemorizante. Especialmente por defenderme a mí.
Brenan ladró desde el borde de la piscina que Cala ya había terminado de limpiar. Ronda meneó levemente la cabeza y se volvió hacia mí con su sonrisa de siempre.
—Ve a atender a ese muchacho o pasaremos el resto del día aquí.
—Sí, mi señora —murmuré, inclinándome también ante ella. Tomé lo que necesitaba de la estantería y me apresuré hacia los lobos.
Aine vino a sentarse al borde mismo de la piscina mientras Brenan se echaba en los mosaicos y yo llenaba la cubeta.
—Vengo de intérprete —sonrió, señalando a su hermano con la cabeza, y bajó la voz—. Quiere que te diga que no hagas caso a esas necias, y que Ronda tiene razón.
Asentí agregando loción al agua y revolviéndola. Mojé el