—Tengo lo que me pediste —dije señalando las cestas—. Pero la señora Tilda quiere que yo misma entregue las medicinas a cada mujer.
Helga no puso objeciones, tal como la sanadora anticipara, y entre las dos separamos lo que correspondía a sus compañeras de turno, que resultó ser sólo una cuarta parte. Me indicó áreas y turnos de las demás, y pareció sorprendida cuando las agrupé sin tomar notas.
—No te preocupes, tengo buena memoria —sonreí—. Anotaré el detalle cuando regrese a cenar.
En lugar de Kendra hallé a una loba de más edad, la primera que veía con cabello cano, que parecía aún más austera y distante. Helga me dejó a las puertas de la cocina, apresurándose hacia la arcada lateral con mi bandeja. Las mujeres se afanaban limpiando luego de servir la cena, aunque se las ingenia