— ¡Albert! — La puerta se abrió sin previo aviso, haciendo resonar la voz de una mujer. Albert de inmediato arrugó el entrecejo. — ¿Cómo estás, cariño?
— Rosalyn… — Albert se levantó de su asiento tras el escritorio. — ¿Qué haces aquí?
— Vine a verte, ¿no es obvio? — La mujer se adentró en la oficina, mientras Albert veía que su secretaria provisional lo observaba avergonzada desde la puerta.
— Lo siento mucho, señor. — La secretaria bajó la vista con vergüenza. — La señorita no quiso esperar a ser anunciada.
— Obvio no iba a esperar… — Rosalyn le dirigió una mirada fulminante a la secretaria. — Estamos saliendo…
— Está bien, por favor, cierra la puerta. — Le respondió Albert a la secretaria, para dirigirse nuevamente a su inesperada visitante. — Rosalyn, te preguntaré de nuevo, ¿qué haces aquí?
— ¿Qué pasa, cariño?, no me digas… — La joven le sonrió con sensualidad, acomodándose en el asiento frente al escritorio. — Eres de los que amanecen de mal humor, ¿no?
— No, no es eso…