Alina se quedó parada frente a la puerta de acero negro mate, una entrada discreta que parecía diseñada para ocultar secretos de estado más que tratamientos estéticos. El viento frío de Santa Fe se colaba entre los edificios, despeinándola ligeramente, algo que en circunstancias normales la habría puesto de mal humor, pero ahora apenas lo notaba. Su corazón latía con un ritmo sincopado, una mezcla de adrenalina y terror.
Siguiendo la instrucción de Beto, el chofer, levantó la mano y presionó el timbre una sola vez.
Bzzzz.
El sonido fue corto y seco. Casi al instante, su celular vibró en la palma de su mano. Alina bajó la vista rápidamente. Era el mensaje final de su asistente, la última pieza del rompecabezas de su nueva identidad temporal.
"La reservación está confirmada. Su nombre es Vanessa Quintana."
Alina guardó el celular en su bolso de marca, repitiendo el nombre en su mente como un mantra. Vanessa Quintana. Vanessa Quintana. Un nombre común, sin el peso del acero ruso ni la hi