199. YO ODIO TU RAZA
VICTORIA
Solo pasaron unos segundos y parecieron horas, hasta que soltó.
Lo peor es que fue a limpiarse la mano en el pantalón de cuero, como si me tuviese asco.
—Sé que no eres de mi feudo. No te confundas, solo te dejo vivir para no buscar guerra con otros territorios.
Me dio esa excusa de mierda que ni él se creía.
—Como ya es obvio que te soltaste las manos, cúrate tú misma las heridas —agregó caminando hacia una mesa y me tiró un tarrito con ungüento.
Estaba tan cabreada.
¿Cómo se atrevía este macho insufrible a tratarme como una enfermedad contagiosa?
—Bien, manda a alguien que me ayude con la espalda —le dije de repente, antes de que se marchara con pasos apresurados.
Sí, era cierto que ya me había liberado.
—¿Qué? —se giró sin entender, pero yo ya me estaba subiendo los volantes del vestido hasta dejar mis piernas descubiertas.
—¿¡Qué rayos estás haciendo!? —rugió, apartando la mirada cuando me quedé casi en braga.
—Curándome la mordida del muslo, pero no llego a mi espalda. E