Fabiano
Yo no debería de estar aquí. Mi deber es estar acompañando a mi prometida en esa reunión. Sin embargo, estoy de pie, mirando con deseo a la mujer que acabo de conocer la noche anterior.
—¿Estabas por ir a la cama? —cierro la puerta detrás de mí.
Ella se incorpora, sin quitar su atención de mí.
—Creo que tenía que tocar a la puerta, señor —dice con voz molesta y firme.
Me agarro las caderas y miro a mi alrededor, para apartar por un momento la mirada de su cuerpo y rostro.
De ella.
—No, yo puedo hacer lo quiera. Esto es mío —la miro a los ojos—. Recoge tus cosas —le ordeno—. Ahora.
—Es… qué… —empieza a decir y da varios pasos hacia mí—. No tengo nada, ¿a dónde me va a llevar? —el miedo se le nota en la voz.
Me acerco a ella, pero no tarda en retroceder, tanto, que su espalda pega de la pared y se cubre el rostro.
—¡No me haga daño, por favor! —pide con voz quebrada.
Detengo el paso, ya frente a ella.
—No te haré nada, Perla —le aseguro con voz sutil.
Se quita las man