El eco de los pasos de Kaelen aún resonaba en el salón cuando las puertas se cerraron tras él. La tensión era tan densa que nadie se atrevió a moverse de inmediato. Raiden, con el ceño fruncido y los brazos cruzados, miró a su manada con una expresión que no dejaba dudas: nadie confiaría en el alfa del Bosque Sombrío hasta que supieran sus verdaderas intenciones.
Pero no todos podían dejar de pensar en él.
Laila aún sentía la intensidad de su mirada y la extraña familiaridad de su presencia. Amir, a su lado, tenía los puños apretados y la mandíbula tensa, conteniendo la rabia que lo consumía. Aria estaba en alerta, observando a su hija con un instinto materno que le decía que esto era solo el principio de algo mucho más grande.
Y Ciara, desde las sombras, observaba la escena con un interés particular.
Raiden fue el primero en romper el silencio. Su voz resonó en el salón con un tono grave.
Raiden:
“Quiero todas las patrullas en alerta máxima. No confío en él, y no pienso aceptar su of