Habían pasado tres años y, sin embargo, cuando Kris la tomó del brazo, Thalassa sintió la misma chispa de antes. La molestó, porque no quería tener nada que ver con esa sensación.
—No me gusta que me toquen sin mi permiso, así que suéltame, señor Miller. ¿Y cómo dijiste que me llamo? —dijo con calma.
Kris la miró con los ojos entrecerrados. La había sentido tensarse cuando la llamó Thalassa, pero ahora, al escuchar la indiferencia en su voz, ya no estaba tan seguro. Deseaba poder ver su expresión, pero el maldito antifaz que llevaba puesto lo hacía imposible.
A regañadientes, le soltó el brazo.
—No me gustó cómo le hablaste a mi mamá.
—¿Y cómo se supone que le hablé? —preguntó ella.
—Fuiste grosera —señaló él.
Thalassa apretó los dientes. Sabía la clase de mujer que era su madre y aun así la defendía.
—Pues qué bueno que no estoy aquí para darte gusto —afirmó—. Además, no fui grosera con ella. Le dije lo que le diría a cualquiera que quisiera una reunión conmigo: necesita agendar una c