*—Danny:
Continuaron con la cena. Por suerte, la conversación se desvió hacia Nathaniel: su madre quiso saber de él, cómo le iba en la escuela, en su vida, si comía bien, si tenía novia. Hablaba con un entusiasmo casi aniñado, como si nada hubiera pasado, como si nunca hubiera cerrado esa puerta en su cara.
Danny le respondió con la mejor calma que pudo. Porque aunque la voz le temblaba por dentro, no quería arruinar nada todavía, pero cada vez que su madre sonreía como si todo estuviera bien, sentía una punzada de furia contenida en el estómago.
Parecía un teatro. Como si los malos ratos, los días oscuros, las noches en que Danny lloró hasta dormirse deseando no despertar porque su mundo se había hecho pedazos, no hubieran existido nunca.
Aun así, Danny decidió esperar. Esperó que terminaran la cena sin mayores tropiezos, esperó a que los platos quedaran limpios, a que su madre retirara todo de la mesa. Cuando ella volvió con el postre, Danny decidió darle un bocado. Necesitaba un mo