*—Uriel:
Uriel jamás se habría imaginado que unas mini vacaciones, supuestamente improvisadas, terminarían en su propia boda. Bueno… no tan improvisadas, se notaba que todo había sido orquestado con una precisión de reloj suizo para que él no sospechara nada. Y lo habían logrado.
Sus ojos recorrieron las mesas dispuestas en el comedor común del complejo, ahora transformado en un salón de recepción al aire libre. Los manteles blancos caían suaves sobre la madera, las flores blancas y crema estaban dispuestas en arreglos que parecían sacados de una revista, y las luces colgantes lanzaban destellos cálidos que daban a la noche un toque casi mágico. El mar, a unos metros, aportaba su murmullo constante, como si quisiera ser parte de la celebración.
Y ahí estaban todos: familiares, amigos, incluso personas que no esperaba, riendo, bebiendo, comiendo y compartiendo chismes como si no hubiera un mañana.
Bajó la mirada hacia su mano izquierda. Allí, brillando bajo las luces, estaba la sortija