Me derrito como helado en pleno verano entre sus brazos, debido a ese beso que está logrando arrebatarme hasta la consciencia.
Sus labios son expertos y su lengua muy habilidosa. Me roba todo el aire con la profundidad y fiereza con la que me besa, me mordisquea y succiona el labio inferior y hurga con su lengua dentro de mi boca, jugueteando con la mía de manera arrolladora, húmeda y caliente.
Su mano, la que mantiene en mi cuello, se aprieta con suavidad, manteniéndome firme y sin la posibilidad de apartarme —¿Aunque quién querría apartarse si es que besa delicioso?— Y su otra mano, la que mantiene rodeando mi cintura, me acerca aún más a su cuerpo como si fuera posible, cosa que no quede ni un solo espacio entre nosotros, haciéndome sentir toda su humanidad.
Mis manos viajan de sus hombros a sus brazos, en un toque lento donde disfruto palpar de sus músculos y lo tenso que está, perdida en la maravillosa sensación de nuestras bocas unidas.
El beso se rompe por sí solo, ante la impe