Mateo puso su mano sobre el hombro de Valentina.
— Entiendo, Valentina...
— No, no entiendes. Mateo, ¡siento que no estás ayudándome de verdad!
Mateo frunció el ceño.
— Valentina, ¿por qué desconfías de mí? ¿Es porque Sofía no es mi hija? Me subestimas. No voy a abandonarla a su suerte solo porque no sea mi hija. También quiero mucho a Sofía.
Valentina se dio cuenta de que estaba reaccionando por la ansiedad. El secuestro de Sofía la había hecho perder la compostura.
¿Cómo podía dudar de Mateo cuando su propia madre también había sido secuestrada?
Ahora solo podían esperar, aunque cada minuto era una tortura.
— Señor Figueroa, perdóname. Estoy demasiado alterada.
— No te preocupes —respondió Mateo.
En ese momento, Mateo levantó la mirada y vio una figura familiar. Era Daniel.
Daniel había llegado.
Mateo dijo inmediatamente:
— Valentina, estamos en Costa Enigma. Solo yo puedo ayudarte. Te prometo que rescataré a Sofía y a mi madre. Ahora, ven conmigo.
— ¿Contigo? ¿Adónde? —preguntó Vale