Daniela se detuvo. Miró a los dos hombres de negro con cautela. —¿Qué quieren? ¡Suéltenme!
Los hombres de negro la sujetaban con fuerza y dijeron sombríamente: —Tienes mala suerte. Alguien ha pagado por tu cara.
¿Qué?
Las pupilas de Daniela se contrajeron. Nunca imaginó que a plena luz del día alguien contratara matones para hacerle daño.
—¿Quién es vuestro jefe? ¿Por qué quiere hacerme daño? —preguntó Daniela.
Uno de los hombres respondió: —No necesitas saberlo. Lo único que importa es que hoy no salvarás tu cara.
Daniela intentó liberarse para escapar, pero la diferencia de fuerza entre hombres y mujeres era enorme. Los hombres de negro la sujetaban firmemente, sin posibilidad de escapar.
Daniela solo pudo gritar: —¡Socorro! ¡Que alguien me ayude! ¡Socorro!
Uno de los hombres rápidamente le tapó la boca. —Maldita sea, ¡esta mujer sí que se resiste! Date prisa, ¡desfigúrale la cara ya!
Mientras uno sujetaba a Daniela, el otro sacó un cuchillo que brilló en la penumbra.
El corazón de D