Después de comer, Nicolás tenía que volver a sus reuniones. Era un hombre ocupado.
—Ve tranquilo —dijo Daniela—. Me quedaré aquí trabajando en mis diseños.
—Esta vez cuando regrese, ¿no te habrás esfumado, verdad? ¿No te irás de nuevo? —preguntó él.
Daniela le dio un beso rápido.
—Descuida, me quedaré justo aquí. No iré a ninguna parte.
—Eso espero. Quiero verte cuando vuelva.
—No te preocupes.
Con esa garantía, Nicolás finalmente se marchó.
Daniela se sentó a trabajar en sus diseños. De pronto, alguien entró en la oficina. Daniela levantó la mirada con una sonrisa.
—Nicolás, ¿cómo es que...?
Sus palabras se cortaron en seco. No era Nicolás quien había entrado, sino Fidel.
—Fidel, eres tú.
Fidel avanzó hacia ella.
—Señorita Paredes, ¿a quién esperaba si no? ¿Pensaba que era Nicolás?
Daniela sabía que Fidel le tenía animadversión.
—Nicolás está en una reunión. ¿Lo buscabas a él?
—No, he venido a verte a ti —respondió Fidel.
—¿Tienes algo que decirme?
—Hoy Nicolás te ha traído en brazos