La puerta se cierra detrás de nosotros con un sonido sordo, como el eco de una decisión que no tiene vuelta atrás.
La elevo del suelo y sus piernas de inmediato rodean mi cintura, al tiempo que su vestido se eleva alimentando el deseo primitivo que corre por mi sangre. Sus brazos esbeltos están alrededor de mi cuello, mientras sus dedos se entierran en mi cabello.
Sonrío contra su boca, porque sé que en este punto ella ya no está pensando. Ninguno de los dos lo está.
Mis manos se deslizan por sus muslos firmes, acariciando la piel expuesta bajo la tela de su vestido. Es suave, adictiva, y cuando aprieto sus nalgas entre mis dedos, suelta un leve jadeo contra mis labios.
Eso solo me enciende más.
La pego contra el muro, sosteniéndola con mi cuerpo, con la fuerza que mi propia necesidad exige. Ella no protesta, al contrario, se pega más a mí, sintiendo mi erección contra su coño, se frota con descaro, al tiempo que roza su boca contra la mía con una provocación silenciosa que me hace per