Despierto envuelta en el calor de su cuerpo, en el olor limpio de su piel mezclado con el mío. La luz se cuela por las cortinas y tiñe la habitación de un tono dorado suave. Me doy cuenta de que no sé qué hora es, y tampoco me importa. Lo único que tengo claro es que sigo desnuda, pegada a Edward, con su brazo fuerte cruzado sobre mi cintura, como si incluso dormido no pudiera dejar de poseerme.
Me giro lentamente, con una sonrisa perezosa, y lo miro. Su rostro parece menos severo así, con los párpados cerrados y el ceño relajado. Acaricio con la yema de los dedos la línea de su mandíbula, y luego me acerco para dejarle un beso suave en los labios.
Él responde con un gruñido bajo, apenas un murmullo, y abre los ojos despacio.
—Buenos días —susurro, mordiendo mi sonrisa.
—Buenos días, Rossy —responde él, la voz áspera, rasgada por el sueño y el deseo contenido. Su mano sube por mi espalda y me aprieta contra su cuerpo. Siento su erección contra mi abdomen y me estremezco.
—Otra ronda an