¿Se dará cuenta Daniel? ¿ Que pasará ahora? No sé pierdan el próximo estará en un ratito más
Perspectiva de Arielle . El olor a él aún flota en el aire. Mi habitación huele a Cassian. Es como si su presencia estuviera tatuada en las paredes, en mis sábanas, en mi piel. Me tiemblan las manos mientras camino descalza por la habitación, con la bata de baño pegada a mi cuerpo aún tibio y húmedo. La humedad del baño se mezcla con el aroma salvaje y cálido que él deja a su paso. No puedo permitir que Daniel lo perciba. No puedo permitir que lo sospeche. Agarro mi perfume del tocador, el que huele a peonías, y rocío el aire con él con urgencia. Rocío las sábanas también, una, dos, tres veces. El colchón aún está desordenado, con las marcas de nuestros cuerpos hundidas en la tela, porque somos culpables y las pruebas están por todas partes. Estiro la sábana, aliso las esquinas, tiro las almohadas al suelo para reacomodarlas. Me muevo rápido, sin pensar demasiado en lo que hago, solo actuando por instinto. Me detengo frente al espejo. Mi reflejo está descompuesto, alterado. Los
Me quedo inmovil. Mientras la pregunta de Daniel al ver el objeto retumba en mi mente. «Mierda» Sigue la dirección de su mirada y mi sangre se hiela. No necesito mirar para saber lo que ha visto. Las llaves. Las malditas llaves de Cassian. Mi pecho retumba con un latido brutal y mi mente se llena de mil posibilidades catastróficas. Me doy cuenta demasiado tarde de que mis nudillos se aferran aún con más fuerza al borde de la bata. Daniel da un par de pasos hacia el objeto. Yo no me muevo. No respiro. Entonces él se agacha. —Ah —dice, con un tono de alivio que me perfora el pecho—. Es un cristal. Probablemente de alguna botella. —Se endereza con el fragmento entre los dedos. Es alargado, con bordes afilados y un tenue aroma floral. Es la tapa rota de uno de mis perfumes. —¿Te cortaste? —pregunta con preocupación, acercándose. Yo reacciono tarde. Muy tarde. Porque aún tengo el vértigo en la sangre, la maldita sensación de ser atrapada. —No, no. Estoy bien. —Respondo
Perspectiva de Cassian.Arielle duerme profundamente, su cuerpo cálido pegado al mío, con su cabello extendido sobre mi pecho como una llamarada de miel y noche. La habitación aún está oscura, aunque ya no completamente. La luz del amanecer se filtra entre las cortinas, dibujando líneas doradas sobre su piel. El silencio es denso, casi sagrado. Solo se escucha el leve suspiro de su respiración y el latido de su corazón, acompasado con el mío.Acaricio su espalda con lentitud, trazando el camino de su columna hasta la curva de su cadera. Me inclino y beso su coronilla. Me fascina verla mientras duerme. Cuando no me mira con esa mezcla de deseo y ternura. Cuando no se disculpa por desearme. Cuando es mía sin excusas.Ella se mueve ligeramente al sentir que me he despertado y su voz emerge entre sueños. —¿Qué hora es? —pregunta adormilada. —Las seis y cuarto —le susurro junto a la oreja. Asiente con un murmullo y se encoge un poco, buscando más calor. Me quedaría así, hundido en ella
Siento el aire en la catedral denso, casi sofocante, mientras observo a mi alrededor sintiendo que este corse está impidiéndome respirar con normalidad.Mis dedos tiemblan alrededor del ramo de lirios blancos, pero aprieto con fuerza, intentando que nadie lo note. Las flores son perfectas, igual que todo lo demás. Porque, por supuesto, un evento como este no se lleva a cabo todos los días y todo debe ser perfecto.«Mi padre se ha asegurado de eso»Me digo a mí misma que esta boda es lo mejor para todos. Para la empresa, para mi futuro, para asegurar mi lugar en un mundo que no perdona la debilidad. Y Daniel Harrington es el esposo perfecto en ese plan cuidadosamente diseñado.Miro de reojo al hombre que está a mi lado, esperando con su porte pulcro y mirada en alto. Es atractivo, lo admito. Serio, educado, con una elegancia natural que encajaría en cualquier portada de negocios. Pero su mirada… su mirada siempre es distante, reflejando que este compromiso le importa tan poco como a mí
—No es una petición, Arielle. Es una decisión. La voz de mi padre retumba en el despacho con una calma que resulta más amenazante que cualquier grito. Está sentado detrás de su escritorio de madera oscura, con la espalda recta y las manos cruzadas sobre un expediente que lleva mi nombre. Lo observo en silencio, intentando ignorar la opresión en el pecho mientras él me sostiene la mirada con esa frialdad que tan bien domina. Imponente. Intocable. Siempre ha sido así. Un hombre que no acepta un no por respuesta. Un hombre que construyó un imperio tecnológico desde cero y que espera que su única hija esté a la altura de ese legado. —¿Por qué él? —pregunto, rompiendo el maldito silencio que flota en la habitación. Mi voz no tiembla. Nunca lo hace delante de él. —Porque no hay nadie más que pueda salvarnos —responde. Directo, sin rodeos. Mi padre nunca adorna la verdad. Afuera de este despacho, el mundo cree que seguimos siendo intocables, pero aquí dentro no hay espacio para ilusion
Me inclino contra la barra antes de responder a su pregunta, sosteniendo mi copa de whisky con la delicadeza que, si mi madre viviera, consideraría "impropia de una dama". Pero esta noche no soy una dama. Esta noche no soy la hija obediente ni la prometida perfecta que mi padre quiere que sea.—Algo así —respondo al fin, sosteniéndole la mirada.—¿Y qué se celebra? —pregunta con su voz grave. Con un tono seductor que le sale natural.—Mi última noche de libertad —suelto, elevando la copa hasta mis labios.No sé por qué lo digo. Quizá porque su presencia me hace olvidar de momento lo que había estado sintiendo.Él apoya un codo en la barra, inclinándose apenas hacia mí. Su proximidad es abrumadora.—Eso suena a un desafío —dictamina con la voz más rasposa.Me observa con esos ojos oscuros, cargados de una intensidad que no debería revolverme el estómago de esta manera. Me gusta. Más de lo que debería.—Entonces, ¿por qué sigues aquí? —pregunta, con su voz es tan baja que apenas se escu
El silencio del amanecer me envuelve cuando deslizo las sábanas con cuidado y bajo los pies al suelo alfombrado.El aire de la habitación es cálido, pero mi piel desnuda se eriza al contacto. No por frío. No realmente. Es la sensación residual de lo que pasó aquí. De lo que hice.Busco mis tacones junto a la cama, con movimientos lentos, evitando cualquier ruido innecesario. No porque me arrepienta. Tampoco es que quiera huir. Simplemente… porque ya no hay nada más que hacer aquí.Ajusto el tirante de mi vestido mientras me levanto. El satén negro está arrugado y sube demasiado en mis muslos, recordándome cómo me lo arrancó anoche con una mezcla perfecta de desesperación y control.Doy un paso hacia la puerta cuando escucho su voz.—¿Ya te vas? —pregunta con la voz ronca.Me congelo. Y no es la idea de que me haya descubierto, es ese tono tan tranquilo, como si hubiera estado esperando que lo hiciera.Me giro lentamente, encontrándome con su mirada. Está recostado contra el cabecero,
—Hemos llegado señorita —avisa el chofer sacándome de mis pensamientos. Me tomo unos minutos mirando aún por la ventanilla antes de agradecer con amabilidad y bajar del vehículo.Siento la brisa nocturna recorrer mi cuerpo. Sin pensarlo mucho camino hasta la entrada del salón. Que sin duda es elegante.Me muevo con ese aire de mujer empoderada, fingiendo que estoy segura de lo que estoy a punto de hacer, aunque por dentro, todo en mi se deshace.Acomodo un poco la tela de mi vestido y me observo en pequeño espejo que llevo en mi bolso. Rogando que el bendito maquillaje cubra mi cuerpo durante toda la noche.Escucho el sonido de mi móvil al tiempo que lo siento vibrar en mi mano, justo antes de cruzar la puerta del salón con una notificación de Rossy, mi mejor amiga.Una rápida sonrisa se dibuja en mis labios antes de leer su mensaje."Sé que este no es el compromiso que soñaste, pero saldrás de esto como siempre, con la cabeza en ato. Siento mucho no haber conseguido un vuelo, pero vo