Sin embargo, mientras hablaba, no notó la evidente inquietud en el rostro de Conrad.
—Mocoso, no quiero rebajarme a tu nivel. Discúlpate con mi novia y lárgate de aquí —amenazó Conrad, alarmado porque Faustino había detectado la falsedad de la esmeralda—. ¡O atente a las consecuencias!
Quería echarlo antes de que notara otras irregularidades.
—¿Oíste? Hiciste enojar a mi novio. Las consecuencias serán graves. ¡Discúlpate y lárgate! —Valeria, sintiéndose poderosa con el respaldo, se volvió arrogante.
—¿Por qué debería disculparme si no dije nada incorrecto? —respondió Faustino tranquilamente.
—¿Calumnias a mi novio, insinúas que no tengo cerebro, y dices que no dijiste nada malo?
—Solo dije la verdad. No tienes cerebro, y lo peor es que ni siquiera tienes buen pecho —respondió Faustino con indiferencia.
—¿Tú... te atreves a insultarme? —chilló Valeria, sacudiendo el brazo de Conrad—. ¡Conrad, dijiste que eras cinturón negro en taekwondo! ¡Dale una lección a este mocoso insolente!
—Valer