—Ay, ahora que lo dices, sí que me siento un poco cansado. ¿Qué tal si me das un masaje en los hombros? —dijo Faustino, sentándose de espaldas a Daniela. En realidad, no estaba cansado.
Pero pensando que había cuidado de Daniela durante días, haciéndole de todo: comer, beber, ir al baño, ¡hasta bañarla!, y que además le había salvado la vida… ¡pedirle un masaje en los hombros no parecía excesivo!
—¿Te gusta la presión? —preguntó Daniela, acercándose a Faustino por detrás y empezando a masajearle los hombros con sus manos blancas y suaves.
¡Si alguien viera a Daniela, una señorita de su clase, tan sumisa, se le caería la mandíbula! Sus manos suaves y delicadas, con la fuerza justa, hacían que Faustino se sintiera muy a gusto.
—Perfecto, ah, qué rico… No se nota que eres una señorita rica, ¡eres una experta dando masajes!
—Wendy me daba masajes antes, y con el tiempo aprendí —respondió Daniela, sintiéndose halagada.
—Cuando tenga dinero, te compraré para que seas mi sirvienta personal, s