26. Sombra del Desierto
—¿Qué quieres decir con que ha escapado? —preguntó Alexander, su voz grave pero contenida.
—Mi señor... la habitación está vacía. Creemos que alguien la ayudó a escapar —balbuceó el guardia, sudando bajo la mirada intensa del príncipe.
La calma habitual de Alexander se desmoronó en un instante. Su rostro se tensó, y una sombra de ira oscureció sus ojos. El heredero al trono no era conocido por su paciencia, y la idea de que Celeste, la mujer que había osado robar su proyecto, hubiera escapado bajo su vigilancia, lo enfurecía.
—¡Incompetentes! —rugió Alexander, golpeando la mesa de madera con tal fuerza que los documentos y copas sobre ella cayeron al suelo.
El salón se sumió en un silencio tenso. Los sirvientes y guardias presentes evitaron moverse, temerosos de ser el próximo blanco de su ira. Alexander respiraba con dificultad, sus manos apretadas en puños. Su mente se llenó de imágenes de Celeste, recordando cada encuentro, cada mirada desafiante. No podía permitir que escapara, no