Toda la noche, la lluvia no paró.
Lucas tenía una mano bajo la cabeza, dormía con sueño ligero, no se durmió profundamente hasta la segunda mitad de la noche, tampoco sabía cuándo había parado la lluvia.
Cuando despertó, el horizonte estaba blanqueando, a través de las gruesas cortinas se filtraba un hilo de luz.
Poco después del amanecer, afuera estaba muy silencioso.
Lucas se giró de lado, a través del marco de la cama miró a Dalia en la cuna. La pequeña estaba despierta, jugando con sus manitas, sus ojitos negros mirando alrededor, sus dos piernitas gorditas pataleando con fuerza, su boquita haciendo sonidos de "oh oh", era adorable.
Lucas extendió el brazo, le dio su dedo al bebé para que jugara. La pequeña lo abrazó, como un conejito abrazando una zanahoria.
—Adorable.
Mientras padre e hija jugaban, tocaron la puerta de la habitación. Lucas pensó que eran médicos o enfermeras haciendo rondas, así que retiró la mano, se levantó para abrir la puerta, pero al abrirla se quedó atónito