Noche profunda.
Damián regresó a Villa Buganvilia y, después de detener el coche, levantó la mirada hacia la habitación principal del segundo piso.
La luz ya estaba apagada.
Contemplando aquella oscuridad, extendió la mano para desabrocharse el cinturón de seguridad y salió del vehículo.
El sirviente que hacía guardia nocturna se acercó, con expresión sorprendida:
—¿El señor ha vuelto? La señora acaba de acostarse. ¿Quiere que le prepare algo para cenar?
Damián respondió con indiferencia:
—Prepárame un tazón de fideos.
Con el regreso del señor de la casa, el sirviente se alegró por la señora, y frotándose las manos se dirigió a la cocina.
Damián se quitó el abrigo, dejándolo sobre el respaldo del sofá. Mientras esperaba la cena, tomó su teléfono para atender algunos asuntos de trabajo, pero al poco rato empezó a revisar la galería de fotos.
El sirviente trajo los fideos y, sin poder evitarlo, echó un vistazo y comentó con una sonrisa:
—La señora está más hermosa que antes.
Damián sonri