Al atardecer, con los últimos rayos del sol, Manolo salió con un vaso de agua y unas pastillas.
Se acercó a Damián y le dijo con voz suave:
—Damián, es hora de tomar la medicina.
El joven seguía mirando hacia el puente de Las Camelias, con la mirada concentrada, como si en el siguiente segundo pudiera esperar a esa chica del vestido blanco, que parecía llamarse Aitana, la que cargaba un caballete de pintura.
Manolo lo miró y sintió una punzada en el corazón.
La última vez que Damián estuvo lúcido, había dicho que quería vivir cerca de Las Camelias.
Dijo que ese era el lugar donde le había propuesto matrimonio a Aitana, que ahí el atardecer con las nubes coloridas era muy hermoso y espectacular, que quería pasar el resto de sus días ahí, les rogó a sus padres que lo complacieran.
Lina lloró a mares, no quería dejarlo ir.
Fernando lo pensó toda la noche y al final accedió al deseo de su hijo.
La vida de Damián había sido demasiado agotadora, como padres decidieron complacerlo al final, p