La noche estaba serena y silenciosa. Aitana escuchó todo con mucha tranquilidad, como si no le sorprendiera.
Llamada tras llamada, siempre era Milena quien contestaba, siempre en compromisos sociales, siempre trabajando hasta tarde... todo esto eran señales del hastío de un hombre. Él decía que estaba cansado, debía ser cierto.
Aitana no se aferró, al contrario, se sintió liberada.
Levantó la vista hacia Damián, en sus ojos no había amor ni odio, incluso sonreía:
—Está bien, Damián, así ninguno de los dos tendremos que pasar por momentos incómodos. Solo que, la infancia de los niños no puede carecer del amor paterno.
La mano izquierda de Damián, que sostenía el tenedor, temblaba ligeramente.
Después de un momento, sonrió sutilmente:
—Por supuesto.
Observó a Aitana, la vio esforzándose por contener las lágrimas. En realidad, después de tantos años de matrimonio, ¿cómo no iba a conocerla?
Aitana lo odiaba en su corazón, pero el corazón es de carne, después de tanto tiempo juntos, ¿cómo n