— ¡No! Suéltame.
— No puedes engañarme, Aitana. Fuimos esposos durante años.
Damián la miraba fijamente mientras acariciaba lentamente su rostro. Su mirada era profunda, llena de ternura. Deslizó la mano hasta su vientre y susurró con voz cargada de emoción:
— ¿Recuerdas aquella vez? Lo hicimos en este mismo sofá, y así nacieron Mateo y Elia.
Aitana yacía recostada, con el cabello negro desplegado, emanando una belleza frágil.
Los ojos de Damián reflejaban deseo masculino. Se inclinó para besar sus labios rojos, con voz ronca:
— Intentémoslo.
¿Intentar qué?
Aitana quiso preguntar, pero Damián no le dio oportunidad.
Una pasión nunca antes experimentada, intensa y desinhibida, se desató entre ellos.
La noche cayó como tinta derramada, interminable y profunda...
...
En un abrir y cerrar de ojos, llegó el invierno.
El día del solsticio, la mansión de los Uribe se llenó de aromas deliciosos. Los chefs prepararon un festín para la celebración.
Aitana estaba con los dos niños en el acogedor e