Mariana enloqueció, gritando insultos y profiriendo obscenidades. Incluso intentó escupir.
Alguien irrumpió desde fuera, forzando un trapo sucio en su boca. Sólo podía mirar a Aitana con ojos sombríos llenos de odio, emitiendo sonidos ahogados.
Aitana se sacudió ligeramente el cuello de la ropa, manteniendo su voz suave: —Extráiganle sangre y comprueben si tiene SIDA.
El hombre asintió aprobando: —¡Cierto! Con esa vida tan promiscua...
Aitana le dirigió una última mirada a Mariana: —Tranquila, preservaré tu vida para que permanezcas aquí hasta que envejezcas y mueras.
Dicho esto, se dio la vuelta y salió, ignorando los gemidos y maldiciones que quedaban atrás.
Afuera, el sol poniente ardía como fuego, como si toda la tierra estuviera en llamas.
Aitana contemplaba aquella luz brillante, casi viendo el rostro amoroso de su abuela, casi viéndola preparar empanadas y pan bajo la lámpara, casi escuchando las canciones infantiles que canturreaba en voz baja—
Lamentablemente, todo eso había d