Cuando era pequeña, Aitana esperaba con ansias cada Año Nuevo.
Al atardecer, la abuela dejaba enfriar las empanadas recién horneadas y después de la cena las guardaba en el sótano donde almacenaba los tamales. Ese lugar era también uno de los tesoros de la abuela. Antes, cuando eran pobres, siempre compraba grandes cantidades de maíz cuando estaba barato en invierno. Cada día conseguía un poco de carne de cerdo y añadía un puñado de frijoles, creando un plato delicioso.
La abuela siempre seleccionaba cuidadosamente las tiras de carne para alimentar a su pequeña Aitana.
La abuela ahorraba y ahorraba, criando a la pequeña Aitana y guardando dinero para su educación.
La abuela nunca se había casado, pero decía que no tenía arrepentimientos en su vida.
Después de la cena, cuando la empleada doméstica se fue a casa para celebrar la Nochebuena, la abuela guardó cuidadosamente las blancas empanadas de masa fermentada en bolsas de tela blanca, las ató con un nudo y las llevó al sótano donde gu