Su esposa vestía diferente a como solía hacerlo, había dejado atrás los rígidos trajes sastre y ahora lucía elegante, como si se hubiera arreglado cuidadosamente para una cita.
Damián se sintió incómodo y sacó su teléfono para llamar a Aitana.
Apenas contestó, él preguntó con frialdad:
—¿Dónde estás?
Después de una pausa, Aitana respondió:
—¿Acaso tengo que informarte de cada lugar al que voy? Damián, nos vamos a divorciar.
—Esa es solo tu decisión unilateral —replicó Damián.
Aitana soltó una risa amarga:
—¿Ah, sí?
No quería seguir discutiendo con él y, conteniendo sus emociones, dijo con toda la suavidad posible:
—¡Ya no te sirvo para nada! ¿No podemos separarnos en buenos términos? Damián, la verdad es que ya no puedo...
—¡Aitana!
Damián la interrumpió.
Su voz sonaba apresurada y ansiosa, no quería que ella pronunciara esa palabra.
Dos niños, uno llamado Mateo y otra Lucía.
Ese había sido su sueño compartido.
Sin hijos, parecía que ya no quedaba ningún motivo para que Damián y Aitana