Esto era claramente una invitación a marcharse, ¿cómo no iba a entenderlo?
Damián no insistió demasiado. Se vistió con la ropa que llevaba al llegar y se despidió con ternura: —Me voy, descansa bien.
Aitana permaneció de pie hasta escuchar el sonido de la puerta cerrándose. Solo entonces se quitó mecánicamente la bata, contemplando en el espejo las marcas de intimidad por todo su cuerpo.
Por culpa de Miguel, Damián había sido especialmente brusco esta noche, como queriendo marcarla como de su propiedad.
Aitana volvió a ducharse, frotándose enérgicamente con gel de baño tres veces.
Aquel vestido de seda marrón, impregnado con el olor de Damián, lo arrojó a la basura.
A las tres de la madrugada, subió a la azotea.
Permaneció allí en silencio, observando la ciudad dormida, saboreando su soledad.
Años atrás, Damián la había convertido en la señora Balmaceda, y su mundo no existía más allá de él. Con el paso de los años, Damián volvía a hacerla suya, convirtiendo nuevamente su mundo en un p