Aitana sufrió un aborto.
Sin descansar, regresó inmediatamente al altar funerario de su abuela, acompañándola con un vestido sencillo y blanco.
Una ráfaga de viento nocturno se levantó. Las cenizas de las velas, levantadas por el viento, flotaban en el cielo nocturno.
Aitana bajó los ojos, las lágrimas caían gota a gota:
— Abuela, que tengas un buen viaje, disfruta del cielo, pronto nos volveremos a ver.
Las telas blancas de los estandartes, sacudidas por el viento nocturno, crujían como el sonido de la abuela partiendo leña cuando hacía empanadas.
— Aitana, en dos horas más, podremos comer.
— La masa de este año fermentó especialmente bien.
Aitana sentía tanto dolor que no podía respirar. Estas voces nunca más las volvería a escuchar.
Levantó la cabeza hacia el cielo nocturno, gritando el nombre de su abuela con el corazón destrozado.
Pero la abuela nunca regresaría.
Su rostro y su sonrisa quedaron para siempre enmarcados en una fotografía en blanco y negro, y en los recuerdos de Aita