Khaled cruzó la entrada principal de la casa, camino con paso firme, custodiado por dos de sus guardias personales. Preguntó si Sarada, intento escapar, pero uno de ello respondió que ella había permanecido tranquila.

El jeque asintió sin decir palabra y se adentró con autoridad. Al llegar a la cocina, el aroma de las especias y hierbas recién picadas inundó sus sentidos. Sarada estaba de espaldas, preparando lo que parecía ser una comida especial. Movía con lentitud una cuchara de madera dentro de una olla humeante. El olor era envolvente, cálido, reconfortante. Sin duda, cocinaba para su hijo.

— Buenas tardes, Sarada, veo que estas bien ocupada.

—Hola, jeque, que observador —murmuró Sarada con un tono sarcástico, sin molestarse en voltear a mirarlo.

—Estoy preparando todo para la presentación de mi hijo mañana —agregó Khaled ignorando el tono de Sarada. Él la observó con atención, se notaba estresada, se sobaba las sienes con evidente molestia. El cansancio se le notaba en los ojos