CAPÍTULO 252. Lo que ya no puede aplazarse.
Capítulo 252
Lo que ya no puede aplazarse.
El cuerpo de Teresa dejó de obedecer antes de que alguien se atreviera a decirlo en voz alta.
No era un dolor más. Era agotamiento puro. Un cansancio antiguo, profundo, acumulado desde semanas de fiebre, noches sin sueño, y la presión de un miedo metido en las costillas.
La respiración se le volvió irregular, corta; la piel, una planicie pegajosa de sudor; la frente, una línea ardiendo. Cuando la contracción llegó, lo hizo como un golpe que venía de dentro de los huesos y todo lo demás dejó de importar.
—No…noo —musitó, la voz como papel arrugado.
La habitación donde la mantenían era un cubículo gris sin ventanas; el aire olía a desinfectante y jabón barato. El reloj digital de la pared marcaba números que titilaban con indiferencia. El calor las aplastaba, pero Teresa temblaba; la fiebre la doblaba, la hacía ver las paredes vibrar.
Cuando su cuerpo convulsionó por primera vez, ese temblor breve pero violento dejó un silencio espeso después.