Evadne
Thalia y yo llevamos varias horas en el carruaje. Todavía es de noche; puedo ver claramente lo mucho que nos hemos alejado del castillo. No sé hacia dónde nos está llevando Killian, pero sin duda es a algún lugar del reino que no he visitado antes.
—¿Por qué me dejaste dormir toda la tarde, Thalia? Ahora van a pensar que además de inútil soy una vaga —me quejo.
—Lo siento, alteza, es que la vi tan placida durmiendo, no quise despertarle. El rey también la vio dormir y ordenó que nadie la molestase.
—¿De verdad?
—Sí, yo estaba ahí cuando lo dijo.
—¿Y luego se fue?
Thalia asiente. Suspiro profundo y me quedo mirando hacia la ventana. Tengo que sacarme a Théo de la cabeza. Poco a poco me doy cuenta de que la frondosidad del bosque disminuye, y una brisa mucho más cálida y fresca golpea mi rostro.
Estoy a punto de preguntarle a Killian hacia dónde vamos cuando el carruaje se detiene. A los pocos segundos la mano derecha del rey nos abre la puerta y anuncia:
—Hemos llegado, alteza