El Deber de una Luna: Un Heredero para el Alfa
El Deber de una Luna: Un Heredero para el Alfa
Por: Aurora Love
CAPÍTULO 1: UNA ENFERMEDAD INCURABLE

Evadne

—¡Alfa! ¡Ha llegado una carta urgente del palacio!

Mi corazón late con fuerza mientras veo a uno de los Omegas sirvientes entrar en la habitación. Toda la manada Montague estaba ansiosa esperando recibir las trágicas noticias, y tengo la impresión de que esa carta dice lo que todos tememos en silencio.

—Entrégamela y retírate —ordena mi abuelo, el líder y Alfa de la manada.

Desde que tengo uso de memoria hemos sido liderados por él, pues mi madre y mi padre ya no existen más en este plano. Siempre he tenido la esperanza de que los dos vivan felices en el Wolfhaven; el cielo de los lobos donde se dice que la diosa de la luna y el dios lobo nos espera a todos.

El Omega ingresa al cuarto y luego de una reverencia deja el sobre en la bandeja que está al lado de mi abuelo, se retira a toda prisa, como si tuviese miedo de demorarse más de lo debido en presencia del gran Tristan Montague.

En la sala solo nos encontramos mi abuelo, la Beta Yuli, nuestra gran sanadora Alita y yo. El círculo de más confianza en la manada.

—¿Y bien? ¿Qué dice? —pregunta la Beta Yuli.

Mi abuelo desliza una de sus garras por el borde del sobre para abrirlo y saca el papel beige con una parsimonia agotadora. Primero sus ojos recorren las letras escritas antes de soltar un suspiro y revelar por fin lo que dice.

—Calliope ha muerto —suelta sin preámbulos.

No puedo evitar soltar un jadeo ahogado. Ya sabía que esto pasaría, pero no creí que sería tan pronto. Mis ojos se llenan de lágrimas sin que pueda controlarlas. Calliope, mi hermana mayor, la que iba a ser la futura esposa del rey Alfa y la sucesora para mantener la sangre real dentro de nuestra manada, ha fallecido.

La Beta Yuli y la gran sanadora Alita sollozan también.

Durante siglos hemos mantenido en secreto el mal que aqueja a nuestra manada, siempre inventando excusas muy creíbles para justificar por qué la gran mayoría de los integrantes de esta familia son hombres.

Nadie lo sabe, ni siquiera nosotros sabemos el origen real de todo esto, pero, por alguna razón desconocida, las mujeres de nuestra manada padecen un raro gen genético que nos hace contraer una enfermedad licántropa: el cáncer lupino.

Pocas mujeres de la manada han logrado librarse de este mal, la mayoría son Omegas que no pueden llegar a alcanzar el estatus de Betas, mucho menos de Mates en la manada; no obstante, ni una sola de las lobas del linaje central ha podido librarse de esto.

Le pasó a la madre de mi abuelo, a su esposa, a mi madre y ahora a mi hermana; la próxima…seré yo.

—No puede ser, Alita había dicho que todavía le quedaban algunas décadas antes de que sucumbiera por completo —intenta refutar Yuli.

—Esta enfermedad es extraña, sabemos que puede acelerarse —explica Alita con un suspiro pesado.

Mi abuelo frunce el ceño y se frota las sienes con más fuerza de la debida.

—No podemos permitirnos perder nuestro lugar en la corte, si no hay una heredera que se case con el rey, las otras manadas nos desplazarán —dice con voz fría.

—¡¿Es que ni siquiera dirás nada sobre Calliope?! —exclamo alzando el tono de mi voz. Sin darme cuenta me he puesto de pie.

Retar al Alfa es una estupidez que solo hacen los más novatos de la manada, y el castigo puede llevar incluso a la muerte misma. En otras circunstancias jamás haría algo así, pero odio ver su actitud indiferente, como si Calliope solo fuese un recurso del que pensaba disponer y nada más.

Desde que tengo memoria la manada Montague ha preparado a mi hermana para convertirse en la próxima Luna del reino. Ella era la que estaba destinada a casarse con el rey Théo Valerius para darle un heredero, uno que al reino le hace falta desde hace mucho tiempo; pues, dicen las malas lenguas, que, por alguna extraña razón, ninguno de los embarazos que ha procreado el rey han tenido fruto.

—¿Acaso estás desafiándome, niña? No te olvides quién soy. —Ni siquiera necesita alzar la voz, solo con su imponente mirada de ojos rojos y su aspecto aterrador es suficiente para hacerme retroceder.

—N-no, es solo que…

—Tu hermana ya murió, no podemos hacer nada al respecto. Sabíamos que esto podía pasar.

—¿Qué hará ahora, Alfa Tristan?

—Pues, lo único que me queda por hacer, tendré que ofrecer a Evadne en su lugar.

Mi cabeza se levanta en automático cuando lo escucho decir aquello. ¿Yo? Tiene que estar bromeando.

—¿Qué? —digo con un hilo de voz—, pero yo no puedo…

—¡Claro que puedes! Y lo harás. Primero pasarás por la revisión de la sanadora Alita, y luego, sea cual sea el resultado, te presentarás ante el rey Alfa y te ofrecerás como sustituta de tu hermana.

Niego con la cabeza sin saber muy bien por qué, esto debería ser un honor para mí, sin embargo, no lo siento así. La que estaba destinada a ocupar ese puesto era mi hermana, no yo.

A ella la conocen desde que era una niña, incluso he estado en el palacio algunas veces y he visto cómo se relacionaba con el rey. Théo Valerius la amaba; en cambio a mí siempre me ha despreciado. Creo que en el fondo sabe que he estado enamorada de él desde la primera vez que lo vi.

—Abuelo… es decir, Alfa Tristan, no creo que esa sea la mejor idea, el pueblo…

—El pueblo aceptará lo que diga el consejo del rey, no te preocupes por eso, yo mismo viajaré a Mystara Citadel esta noche para reemplazar a Calliope por ti.

Sin mediar más palabras ni darme opción a oponerme, mi abuelo sale de la habitación y empieza a ordenar a los Omegas que preparen el carruaje para partir.

Una vez solas, la sanadora Alita corre hacia mí y me rodea con sus brazos.

—Oh, mi pequeña Evadne, lamento tanto que tengas que hacer esto, el palacio no es como todos piensan —susurra.

—Lo sé, pero, tengo que cumplir con mi deber, si el Alfa lo ordena, no puedo negarme —respondo aguantando el nudo en mi garganta.

—Ven, tal vez tú no corras la misma suerte de tu hermana.

Alita me toma de la mano y me conduce hasta una habitación rodeada de plantas y un pequeño manantial que brota de la roca. Un espacio místico que tenemos en la manada. Por años, este ha sido el sitio definitivo que nos revela si tendremos el gen o no.

Yuri nos acompaña en silencio mientras la sanadora me pide arrodillarme frente a las aguas del manantial.

Con un cuenco de madera hecho del árbol ancestral, extrae un poco del agua y la deja en el suelo. Luego, toma mi mano y con una daga hace un corte de lado a lado en mi palma. Contengo el quejido de dolor en lo que las gotas caen hacia el agua. Cinco segundos después mi herida empieza a sanar sola.

En silencio, esperamos. Si he tenido la suerte de no tener el gen, el agua debería quedarse roja, pero si no…

—Está cambiando… —susurra.

El color del agua empieza a tornarse negro como una noche sin estrellas. Levanto la mirada hacia Alita y ambas sabemos lo que significa, estoy condenada, igual que mi hermana.

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