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En una elegante habitación de hotel, una mujer se entregaba sin condiciones, al hombre que ella pensaba que la amaba.
Virginia dejaba que las manos fuertes de Rodrigo De La O, un poderoso CEO dueño de un imperio hotelero, la tocaran sin limites. Ella gemia envuelta en la pasión que sentía, no le importaba si los demás residentes la escuchaban , ella solo estaba disfrutando a plenitud, el hacer amor con él. Rodrigo la pone en cuatro en el borde de la cama, y ella puede sentir como la destroza de placer, el golpeteo de las piernas de él, con los muslos de ellas, eran un sonido envolvente, que la hacía sentir mas y mas deseosa. Era algo sobrehumano, exquisito. No había nada mejor que estar con él. El clímax se disipó lentamente, dejando tras de sí un silencio denso, roto solo por las respiraciones agitadas. Rodrigo se retiró de Virginia, su rostro, normalmente una máscara de control inquebrantable, mostraba una extraña mezcla de triunfo y satisfacción. —¿Como puedes ser tan buena en la cama mi amor?_ Le pregunta él —Aún agitado, con la respiración todavía acelerada. —Me fascinas mi amor, eres el amor de mi vida, eres increíble_ Le responde ella. Él guarda silencio, no le responde absolutamente nada, solo se acomoda en la cama y cierra los ojos. Ella se posa en sus brazos, aun desnuda, aun mojada de él. Cierra los ojos y se queda dormida. El sol de la mañana se filtraba suavemente por las cortinas de seda, pintando la lujosa habitación con tonos dorados. Virginia despertó primero, sintiendo el peso de la cómoda manta y el calor del cuerpo de Rodrigo a su lado. Se giró para mirarlo, trazando con la punta de su dedo la línea de su mandíbula fuerte, todavía dormido. Una oleada de afecto y ternura la inundó. Era el hombre que amaba, el dueño de sus sueños y de su pasión. Se levantó con cuidado, envolviéndose en una de las suaves batas del hotel. Suspiró feliz. Levanta la bocina del teléfono y pide servicio a la habitación, un desayuno digno de la pasión que habían tenido la noche anterior. Virginia se pone una bata de seda que ponen a disposición de los huéspedes, y abre la puerta para recibir el desayuno. Mientras el aroma del café se esparcía, Virginia escuchó que Rodrigo se movía. Se dio la vuelta con una sonrisa radiante. -Buenos días, mi vida,-Susurró ella, acercándose con una taza en la mano. —¡Carajo! ¿Qué hora es?—Le pregunta él, bastante acelerado. Virginia se detuvo, la taza de café humeante a medio camino. La brusquedad en el tono de Rodrigo, la ausencia total de cariño en su voz, la golpeó como un cubo de agua fría. — Son las diez de la mañana, mi amor_Respondió ella, intentando mantener la sonrisa, aunque sentía que se le desdibujaba en los labios —Pedí el desayuno. Pensé que podríamos... Rodrigo se incorporó en la cama, sentándose sobre sus muslos. Su cabello castaño oscuro estaba revuelto, y su rostro, aunque atractivo, mostraba una impaciencia afilada que Virginia nunca había visto dirigida a ella de esa manera después de una noche juntos. - No, no me puedo quedar, tengo que irme Virgilia. La sonrisa de ella desapareció por completo. Se quedó petrificada en medio de la habitación, el aroma a café y bollería francesa volviéndose repentinamente agrio. _¿Qué dices, Rodrigo?_ preguntó en un susurro, sintiendo un nudo frío formándose en su estómago. -Si, mi amor escucha, estuvo increíble como siempre, pero tengo compromisos mi amor, tengo que irme, lo siento_ Toma, este dinero es para que te vayas de compras _ Dice Rodrigo _ Sacando de su billetera una fuerte cantidad de dinero. Con una mano firme, le arrojó el fajo de billetes sobre la cama. Los billetes cayeron sin gracia, una bofetada silenciosa en el rostro de la ilusión de Virginia. Ella bajó la taza de café a la mesa auxiliar, sus manos temblaban ligeramente. No tomó el dinero. No podía creer lo que estaba viendo. Se sentía como si toda la sangre se hubiera drenado de su cuerpo, dejándola fría y hueca. — ¿Dinero? —Su voz era apenas un hilo, cargada de una incredulidad dolorosa_¿Me estás pagando, Rodrigo?. — No es eso, por favor no seas dramática mi amor, es solo un detalle por no poder quedarme a desayunar nada mas. —Pero es que.... — Es que nada, se bonita y vete de compras, ve con tu amiga esa, ¿Como se llama? ¡Ah si! Liliana. Rodrigo se vistió rápidamente, y después de darle un beso frío en la mejilla, sale de la habitación. El sonido de la puerta al cerrarse resonó en la lujosa habitación, un eco final que sellaba no solo la salida de Rodrigo, sino también la destrucción de una ilusión. Virginia se quedó de pie, mirando el lugar donde él había estado. El fajo de billetes sobre el edredón de seda era una mancha obscena, un testimonio tangible de la cruda realidad que acababa de asestarle un golpe brutal. No eran un regalo, eran un pago. No era un amante con compromisos, era un cliente que se retiraba. O al menos así se sentía ella. Virginia recoge su ropa y se viste sin prisas, mientras se miraba frente al espejo, voltea hacia la cama, y sus ojos quedan fijos en el fajo de billetes. Toma su bolso y también el dinero, al salir de la habitación, ve a uno de los camareros que salía de la habitación continua, sin pensarlo un solo segundo Virginia le dice. — Buenos días, esta es su propina. El camarero, un joven de rostro cansado, apenas si tuvo tiempo de reaccionar. Vio el abultado fajo de billetes caer en la bandeja metálica que llevaba, el ruido sordo de la pila de dinero contrastando con el elegante silencio del pasillo. — S-Señorita, yo... tartamudeó, mirando la cantidad con los ojos muy abiertos, una suma que probablemente equivalía a varios meses de su sueldo. Virginia no esperó respuesta. Su rostro, antes lleno de la euforia del amor, ahora era una máscara de dignidad herida y gélida determinación. No había furia, solo un dolor cristalizado que había tomado la forma de un desprecio absoluto.






